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Mundo Neverí
(Ediciones Monosílabo, 2019) es el reciente poemario de Josu Landa (Caracas, 1953). El
venezolano que vive en México desde 1982 afianza así una voz límpida que bebe de la filosofía, del ensayo y de una peculiar cosmovisión natural que conecta en algunos puntos
con la poética que veíamos en Ignacio Ruiz-Pérez, a propósito del tópico manriqueño,
de la alegoría entre el cielo y la tierra por medio del mar y de la estructura
circular del retorno como rito de paso.
Escuché a Josu Landa en
2015, en un recital de poesía que organizó la Universidad Iberoamericana en el
Centro Cultural Elena Garro. Junto a él estaban Olvido
García Valdés, Miguel Casado, Rodolfo Mata, Tania Favela, Jessica Díaz, Rosa
Durán e Iván Méndez González. Parto de los azares que se dan para que alguien
desde España lea a poetas de México porque me parece importante el modo en el
que se asienta eso que hemos llamado canon, con la intención de dar en un futuro
con respuestas que aclaren, ante tamaña producción, por qué hay poetas que llegan.
Fidel Flores reseñó Mundo
Neverí hace un año en Letralia.
Para el también poeta y ensayista venezolano se trata de «un viaje por este
lugar de las regiones equinocciales, un viaje humboldtiano, un recorrido por el
mundo del Neverí que a más de doscientos años de ser visto en su esplendor por
Humboldt y Bonpland, testimonia en la voz poética de Landa la ingratitud del
habitante actual, para quienes, más allá de toda advertencia, el río no parece
ser la vida».
A ambos, Humboldt y Bonpland, se les dedica este mundo que empieza explicando que «“Neverí” es el nombre con
que se conoce un río de la cuenca hidrográfica nororiental de Venezuela» (9). Tras
este detalle que fundamenta la base real del objeto poético, destacan los
numerosos epígrafes (en ese orden: José Balza, Carlos César Rodríguez, Rosalía
de Castro, Ramón Palomares, Dámaso Alonso, Luis Cardoza y Aragón, el ya
mencionado Fidel Flores, Juan Liscano y Teresa Coraspe) que trazan, quizá sin
quererlo, una poética del río, un catálogo de las lecturas que influyen
en Landa (extensibles seguramente a buena parte de la poesía contemporánea) y
hasta un modelo del texto breve que se va conectando, como saltos del agua, a
lo largo del los 55 poemas que integran las 68 páginas.
Por momentos, entre el
dificultismo de Gerardo Deniz y Coral Bracho, destella Josu Landa sin más brillo del agua que corre y arrastra
únicamente esos versos que se sostienen por el ritmo de la corriente. Se trata,
podemos decirlo parafraseando al propio Landa, de un canon reticular que plasmaba
para el devenir de la crítica en Canon City (2010).
Uno de los temas puede
ser, más en estos días, el del apocalipsis; vinculado por ello con la ecocrítica.
Estamos ante un poeta que, como Homero Aridjis, se fija en los ríos para una política de escritura y de lectura, a
la manera de la poética que continuarán José Emilio Pacheco o Ignacio Ruiz-Pérez. Los encabalgamientos de los poemas de Josu
Landa, que no tienen ni título ni una media mayor de seis o siete versos,
siempre sin signos de puntuación, hacen fluir postales que ganan en voz alta
por naturales saltos y bajadas:
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El ojo-sol del mediodía en la ribera:
escándalo de las aves que se fueron:
vacío de los cardúmenes que no
volverán:
triste mudez del manglar perdido y de sus
hijos
ya
olvidados:
fulgor de ausencias que no se pueden decir (19)
Únicamente los dos puntos
sirven de pausa para desterritorializar el decir y sus silencios. Apropiarse de
ellos permite crear una historia con base real que, después de varios años,
explica el presente. Algo así sucedía, como vimos, con Antonio Léon. Es otra
manera, podría decir Ruiz-Pérez, de repensar el tópico de Gustavo Adolfo Bécquer;
solo que aquí los cardúmenes han sustituido a las golondrinas que tampoco
vuelven.
En la soledad del
silencio resplandece la naturaleza. Los ojos y los oídos de Humboldt y Bonpland
denuncian en el tercer milenio «No poder beber esa agua infecta: / renunciar a
pretensiones bautismales» (27) por la
mierda y basura contra la secreta limpidez del río:
la
pez contra el pez
mientras
los automóviles cruzan el puente
como
si nada
sofocando
el cielo con sus malos humos (32)
En este caso la ausencia
será el foco que atiende el sujeto poético, alejado, aparentemente distante y
secundario, en tercera persona. Las preguntas retóricas aluden al ya citado
Jorge Manrique: «¿de veras quiere el río llegar al mar?» (28); es una elegía
del mundo. Un testigo en forma de iguana (como cuervo, recordemos, para
Ruiz-Pérez) enmudece también ante el paisaje que oscurece:
los
lotos flotan silentes en la orilla del río
entre el agua y el cielo
la luz en llamas
fundiendo el ojo de la iguana
(31)
o también cual ave: «ojo-luz a ras de
vuelo en gavilán / a sombra de vaivén en mosca // firmamento en vórtice // país
de cielo en humus» (53). El agua como elemento natural de esa poética que se
mueve con Octavio Paz desde 1966 regresa y marca el surco que, a la manera de Javier Peñalosa M., será el devenir del género literario que nos ocupa: «lo que se
fue con el agua / lo que quedó en el mar de la memoria / lo que vendrá con el
agua» (68).
Josu Landa es una de las
figuras mejor consideradas en el estudio de la lírica (pese a alguna sana –intuimos–
polémica con Gabriel Zaid en Letras Libres
allá por el año 2008). Como señalábamos a propósito del también poeta y
ensayista Ignacio Ruiz-Pérez, su obra es un continuum en el que la
incisión de su poética es callada y eco de las generaciones, que no
promociones, que influyen y están por venir. Podemos acercarnos a su obra
poética en Latin American Literature Today, Campos de Plumas (por quienes compartimos el video anterior), Isliada, Periódico de Poesía o Material de lectura (2013) de la UNAM, con presentación y selección del también
poeta mexicano Ernesto Lumbreras.
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