domingo, 9 de mayo de 2021

Todos mis quchillos

 

Todos mis quchillos (Komorebi Ediciones, 2019) es el más reciente libro de poesía de Andrea Alzati (Guanajuato, 1989): una disquisición de la violencia doméstica que origina aparentemente de manera banal un cuchillo próximo a una manzana.

 


            Esta obra desarrolla la fijación y alternancia de los objetos que la autora ya ofrecía en Algo tan oscuro que no tiene nombre (2018) y Animal doméstico (2017); del que hablamos en este blog; libro, por cierto, publicado hace unos meses también en España, en Liliputienses.

            Según la reseña de Mario Pera en Vallejo & Co.: «El cuchillo funge esta vez como protagonista y la manzana como el antagónico de esas dos fuerzas que se cruzan, Tánatos y Eros». La fuerza de la muerte que da vida a los objetos sacude los significados de lo doméstico. Próxima en el tema a El reino de lo no lineal (2020) de Elisa Díaz Castelo, Alzati incursiona en la física de una manzana y un cuchillo; recordando, pues, al modo en que en Animal doméstico se fijaba en el huevo o en el papel higiénico (elementos que podemos observar en las piezas que comparte en las redes sociales; y que estudiaremos próximamente junto a la obra de Horacio Warpola).

            No estoy de acuerdo con Pera en que Todos mis quchillos «rezuma una vitalidad distinta a los anteriores». Considero, por el contrario, que mantiene y perfila la fuerza que ya mostraba. Su novedad no estriba en la vitalidad de los objetos; sino en la cercanía de lo inerme (la manzana) con lo inerte (el cuchillo). Consolida así el lirismo de lo a priori antipoético. Alzati tiene la capacidad de unir en palabras la imagen que despierta la realidad en su universo como creadora. Ello queda patente en la relación de los breves textos, como parte de un poema largo o mayor.

Otra de las muchas reseñas de este libro (pueden acceder al resto en la web de la editorial) es de Francisco Ferrer, en Letras. Me quedo con ella porque con la naturalidad de la mexicana «registra escenas de un cotidiano vivido a plena conciencia [...]. En el espacio de lo doméstico, la conjugación de los objetos –cuchillo, manzana, plato, mesa– permite vislumbrar la variedad de posibilidades del existir, según sea su acumulación u ordenamiento. La memoria despierta en la contemplación de lo ordinario».

            En esta ocasión, la editorial chilena reúne dos partes: la que da título al libro y «Cursivas»; que, efectivamente, en esa tipografía muestra el primero de los versos de cada texto: marca habitual del texto que parafrasea o resignifica algo tan popular como es el uso del cuchillo, desautomatizado por la primera letra (curva penetrada a cero). Con los diecinueve y quince poemas breves, sin título ni signos de puntuación, se plantea una alegoría de lo doméstico, la herramienta, a la filosofía de la violencia, contra la naturaleza; a la manera de Muñelocos (2018), de Montserrat Acuña.





            Estamos ante variaciones de una escena que describe en tercera persona un sujeto aséptico, supuestamente distante, objetivo (si es que tal condición existe): «el cuchillo está bajo la mesa» (10). El tono, pese a lo amenazante de la situación, corresponde a la normalización de la ofensa cotidiana. La crítica, entonces, deviene a partir de los objetos, cosificación de una relación entre la naturaleza y los seres humanos; herramientas que deben su peso al colonialismo que aborda, también implícitamente, esta vez a propósito de Hernán Cortés, Maricela Guerrero en Fricciones (2016). Sirve de ejemplo, desde una perspectiva feminista, el siguiente poema, entre el genérico del retruécano y la epanadiplosis semántica:

 

el cielo es atravesado por un pájaro

el pájaro atravesado por una bala de plomo

la mesa es atravesada por los platos

los tenedores

los manteles bordados

el frutero y las frutas

el jarrón con flores

el candelabro y la vela encendida

las mujeres de tres generaciones que sirven comida día tras día

atraviesan la mesa

 

los ojos de las mujeres de tres generaciones

vistos bajo el microscopio

contienen cuchillos que giran

 

cuchillos de distintos tamaños y formas

flotan dentro de sus ojos (12)

 

Y seguidamente, une el simbolismo del objeto a la filosofía de la mirada, del velo, mediante preguntas retóricas como la que sigue: «¿qué cosa atraviesa la manzana / cuando nadie la está mirando / cuando nadie la toca?» (13). El silogismo irresuelto estructura la estancia, la mesa, el cuchillo, la manzana; y aledaños que comparten el equilibrio, el filo y la dulzura: no siempre en ese orden.

            La tercera persona, en la segunda parte, cambia a la primera: en plural. La incisión de la mirada de las mujeres que sirven (en su primera acepción), generación tras generación, conecta bien con la escena de quitar la lagaña de la persona junto a la que despiertas, bien con el polvo que circunda un gorostiziano vaso de agua.

 

 


 

            Un ejercicio que me motiva Todos mis quchillos es generar una nube de palabras. De tal modo quedan los términos más repetidos. Insistir en el tema causa un rema dinámico; el cual, visualmente, delimita el escenario que es la mesa como base para los demás símbolos (perla, pájaro, mar, mandarina):

 

 


 

            La repetición y el tamaño vinculan su poética, verbal, con la de otras de sus disciplinas, disponibles en sus redes sociales, como Instagram: pasto para «un toro de frente sobre una pradera verde de yerba larga» (37), levantado por el concepto, la moda, de patria; pues: «el viento que entra por las ventanas / lo convierte todo en bandera» (38).

La relación del sujeto lírico se establece al final consigo. Como si de la vía unitiva se tratara, existe una mística de los enseres. En la artista guanajuatense se da cita, por un lado, una rica tradición que permea la poesía experimental de México (entre la neovanguardia y la coloquialidad); y, por otro, una singular poética que atraviesa y supera la página (de manera que entendemos su obra verbal con la visual, a la espera de un mayor desarrollo que motiva su creación).

No resulta casual entonces el significado de la palabra que, antes del colofón, da nombre a la editorial de Todos mis quchillos, Komorebi: «Palabra japonesa intraducible al castellano, que significa “la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles”» (59). Puede iluminar parte de su trabajo en Poesía Mexa.

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