Todos
mis quchillos (Komorebi
Ediciones, 2019) es el más reciente libro de poesía de Andrea Alzati
(Guanajuato, 1989): una disquisición de la violencia doméstica que origina
aparentemente de manera banal un cuchillo próximo a una manzana.
Esta obra desarrolla la fijación y
alternancia de los objetos que la autora ya ofrecía en Algo tan oscuro que
no tiene nombre (2018) y Animal doméstico (2017); del que hablamos
en este blog;
libro, por cierto, publicado hace unos meses también en España, en Liliputienses.
Según la reseña de Mario
Pera en Vallejo & Co.: «El cuchillo funge esta
vez como protagonista y la manzana como el antagónico de esas dos fuerzas que
se cruzan, Tánatos y Eros». La fuerza de la muerte que da vida a los objetos
sacude los significados de lo doméstico. Próxima en el tema a El
reino de lo no lineal (2020) de Elisa
Díaz Castelo, Alzati incursiona en la física de una
manzana y un cuchillo; recordando, pues, al modo en que en Animal doméstico
se fijaba en el huevo o en el papel higiénico (elementos que podemos observar
en las piezas que comparte en las redes sociales; y que estudiaremos
próximamente junto a la obra de Horacio
Warpola).
No estoy de acuerdo con Pera en que Todos
mis quchillos «rezuma una vitalidad distinta a los anteriores». Considero,
por el contrario, que mantiene y perfila la fuerza que ya mostraba. Su novedad
no estriba en la vitalidad de los objetos; sino en la cercanía de lo inerme (la
manzana) con lo inerte (el cuchillo). Consolida así el lirismo de lo a
priori antipoético. Alzati tiene la capacidad de unir en palabras la imagen
que despierta la realidad en su universo como creadora. Ello queda patente en
la relación de los breves textos, como parte de un poema largo o mayor.
Otra de las muchas reseñas de este libro
(pueden acceder al resto en la web de la editorial) es de Francisco Ferrer,
en Letras. Me quedo con ella porque con la
naturalidad de la mexicana «registra escenas de un cotidiano vivido a plena
conciencia [...]. En el espacio de lo doméstico, la conjugación de los objetos
–cuchillo, manzana, plato, mesa– permite vislumbrar la variedad de
posibilidades del existir, según sea su acumulación u ordenamiento. La memoria
despierta en la contemplación de lo ordinario».
En esta ocasión, la editorial
chilena reúne dos partes: la que da título al libro y «Cursivas»; que,
efectivamente, en esa tipografía muestra el primero de los versos de cada texto:
marca habitual del texto que parafrasea o resignifica algo tan popular como es
el uso del cuchillo, desautomatizado por la primera letra (curva penetrada a
cero). Con los diecinueve y quince poemas breves, sin título ni signos de
puntuación, se plantea una alegoría de lo doméstico, la herramienta, a la
filosofía de la violencia, contra la naturaleza; a la manera de Muñelocos (2018), de Montserrat Acuña.
Estamos ante variaciones de una escena
que describe en tercera persona un sujeto aséptico, supuestamente distante,
objetivo (si es que tal condición existe): «el cuchillo está bajo la mesa»
(10). El tono, pese a lo amenazante de la situación, corresponde a la
normalización de la ofensa cotidiana. La crítica, entonces, deviene a partir de
los objetos, cosificación de una relación entre la naturaleza y los seres humanos;
herramientas que deben su peso al colonialismo que aborda, también implícitamente,
esta vez a propósito de Hernán Cortés, Maricela Guerrero en Fricciones
(2016). Sirve de ejemplo, desde una perspectiva feminista, el siguiente poema, entre
el genérico del retruécano y la epanadiplosis semántica:
el cielo es
atravesado por un pájaro
el pájaro
atravesado por una bala de plomo
la mesa es
atravesada por los platos
los tenedores
los manteles
bordados
el frutero y las
frutas
el jarrón con
flores
el candelabro y la
vela encendida
las mujeres de
tres generaciones que sirven comida día tras día
atraviesan la mesa
los ojos de las
mujeres de tres generaciones
vistos bajo el
microscopio
contienen
cuchillos que giran
cuchillos de
distintos tamaños y formas
flotan dentro de
sus ojos (12)
Y
seguidamente, une el simbolismo del objeto a la filosofía de la mirada, del
velo, mediante preguntas retóricas como la que sigue: «¿qué cosa atraviesa la
manzana / cuando nadie la está mirando / cuando nadie la toca?» (13). El
silogismo irresuelto estructura la estancia, la mesa, el cuchillo, la manzana;
y aledaños que comparten el equilibrio, el filo y la dulzura: no siempre en ese
orden.
La tercera persona, en la segunda parte,
cambia a la primera: en plural. La incisión de la mirada de las mujeres que sirven
(en su primera acepción), generación tras generación, conecta bien con la
escena de quitar la lagaña de la persona junto a la que despiertas, bien con el
polvo que circunda un gorostiziano vaso de agua.
Un ejercicio que me motiva Todos
mis quchillos es generar una nube de palabras. De tal modo quedan los
términos más repetidos. Insistir en el tema causa un rema dinámico; el cual,
visualmente, delimita el escenario que es la mesa como base para los demás
símbolos (perla, pájaro, mar, mandarina):
La repetición y el tamaño vinculan su
poética, verbal, con la de otras de sus disciplinas, disponibles en sus redes sociales,
como Instagram: pasto
para «un toro de frente sobre una pradera verde de yerba larga» (37), levantado
por el concepto, la moda, de patria; pues: «el viento que entra por las
ventanas / lo convierte todo en bandera» (38).
La relación del sujeto lírico se establece
al final consigo. Como si de la vía unitiva se tratara, existe una mística de
los enseres. En la artista guanajuatense se da cita, por un lado, una rica
tradición que permea la poesía experimental de México (entre la neovanguardia y
la coloquialidad); y, por otro, una singular poética que atraviesa y supera la
página (de manera que entendemos su obra verbal con la visual, a la espera de
un mayor desarrollo que motiva su creación).
No resulta casual entonces el significado de la palabra que, antes del colofón, da nombre a la editorial de Todos mis quchillos, Komorebi: «Palabra japonesa intraducible al castellano, que significa “la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles”» (59). Puede iluminar parte de su trabajo en Poesía Mexa.
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