Soplo de vida. Antología de animales (Ojos de Sol, 2021) cuenta con la edición y el prólogo de Weselina Gacinska, doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Madrid que actualmente lleva a cabo una investigación sobre el tema de la recopilación que en estas líneas presentamos. De ello da cuenta en la reciente entrevista que Laura Martínez Alarcón le hizo para Espacio Mex.
Una antología después de la pandemia,
como las que vienen viendo la luz en los últimos meses, permite actualizar el
panorama literario que, lejos de paralizarse, esperó a que se retomaran sólidos
proyectos editoriales como este. Además, el protagonismo para mamíferos,
moluscos e insectos (en menor medida, reptiles y aves) confirma el interés que
suscita la vida desde una perspectiva ecocrítica:
línea trazada por el centenario Ramón López Velarde, la Generación de los 50 (también desde la reconstrucción del mundo precolombino y colonial) o, en los últimos años, con
poetas que van de Vicente Quirarte a Isabel Zapata.
Pese a que tiene un importante peso,
la poética mexicana (con ocho referencias) dialoga con la española (con
dieciséis), especialmente, aunque también la boliviana, la argentina, la
venezolana o la italiana. Tales son las y los autores: Verónica Aranda (Madrid,
España, 1982), Sandra Benito Fernández (Plasencia, España, 1992), Adán Brand (Aguascalientes, México, 1984), Ingrid Bringas (Monterrey,
México, 1985), Valeria Canelas (La Paz, Bolivia, 1984), César Cañedo (El Fuerte, México, 1988), Valeria Correa Fiz (Rosario,
Argentina, 1971), Andreas Crespo Madrid (Valencia, Venezuela, 1995), Lucia Cupertino
(Polignano a Mare, Italia, 1986), Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, México, 1986), Miguel Ángel Feria (Huelva,
España, 1979), Daniel Fernández Rodríguez (Barcelona, España, 1988), Sesi
García (San Sebastián de los Reyes, España, 1992), Berta García Faet (Valencia,
España, 1988), Carlos García Mera (Guadalajara, España, 1992), Maricela Guerrero (Ciudad de México, México, 1977), Alberto Guirao (Madrid,
España, 1989), Pedro Martín Aguilar (Madrid, España, 1991), Diego Medina Poveda
(Málaga, España, 1985), Carla Nyman (Palma de Mallorca, España, 1996), Federico
Ocaña (Madrid, España, 1990), Ana Pérez Cañamares (Santa Cruz de Tenerife,
España, 1968), Sergio Pérez Torres (Monterrey, México, 1986), Óscar Pirot (Ciudad de
México, México, 1979), Benito del Pliego (Madrid, España, 1970), Antonio Rivero
Machina (Pamplona, España, 1987), Andrea Toribio (Madrid, España, 1993) y Karen Villeda (Tlaxcala, México, 1985).
Aunque no sea mi objetivo trazar de
esta publicación un análisis antológico,
considero importante comentar algunos rasgos que hacen de este recuento poético
un ejercicio singular, equitativo y pertinente. Al acotar los textos a los
animales se ofrece tanto el interés que despiertan los seres vivos más allá de
lo doméstico: reivindicación de un espacio libre, salvaje, natural, por un
lado; como, por otro, la poética que une a poetas de una promoción más allá del
llamado panhispanismo.
De veintiocho poetas, hallamos catorce escritoras y catorce escritoras. Además de la igualdad en este sentido, tan descuidado en la
mayoría de las antologías, destaca la juventud de quienes publican ya varios
libros y tienen reconocimientos como el Premio Aguascalientes. De 1968 a 1995
se dan cita varias promociones que comparten objeto lírico.
En este caso el prólogo no responde
a una breve introducción protocolaria, sino que la completa presentación de
Gacinska justifica el trabajo de la editorial madrileña. Partiendo de John
Berger, Saint John Perse e Ida Vitale (entre otras claves como las ofrecidas
por Olga Tokarczuk o Jakob von Uexküll), la especialista explica el título de
este libro de reminiscencia lispectoriana por la etimología de animal: «ser dotado de soplo vital» (7).
Con esa respiración en común con los humanos fluye el aire fresco de textos, en
ocasiones, inéditos (mas este dato no se dice). Nos advierte de que «existe una
verdadera interconexión entre muchos poemas que otorga una inesperada
coherencia al volumen» (9); y es por ello que en lo que sigue tratamos de
seguir esa línea, hálito conductor que nos hará detenernos especialmente en el
país con más hispanohablantes.
En primer lugar, Aranda establece la
unión entre lo humano y lo animal (pese a no ser esta la finalidad del libro)
con las amazonas. No es el único poema. De cada poeta, como seguidamente,
Benito, se incluye un par de textos, ilustrados por Pablo Cabrera Ferralis. Más
adelante, destaca el poema «El entomólogo» y «De cómo las abejas comunican la
existencia de alimento» de Adan Brand, autor de Animalia. Un ejemplo de la unión que también se establece entre la
ilustración, siempre en blanco y negro, y lo verbal, se produce tras Bringas:
He ahí la sombra
de los matices que discurren incontinentes en los blancos de las páginas. A
continuación descuella con Canelas la fijeza por lo verbal que tienen quienes
ocupan Soplo de vida, exenta de una
experimentación que no alardea más que del lenguaje y el juego de las especies
que aquí recogemos.
Una relación particular con la vida
más allá de lo humano la establece Cañedo, como se intuía al leer a Gacinska en
el prólogo. «Gimnasta que está por retirarse» y «Clamidia de koalas» ofrecen
una perspectiva inusual que mezcla humor y denuncia; rasgos que pueden
despertar una conciencia en un público central para el desarrollo sostenible
como es el de quienes rondan la edad de tales poetas.
Por su parte, Correa Fiz logra con
precisión, apenas en unos cuantos versos, dibujar el sentir de un «caracol /
como un suicida» (51). De Argentina a Venezuela, pasando siempre por Madrid, el
Retiro con el caso anterior, Crespo se detiene en la tortuga, cuya vulnerable y
amenazada habitabilidad suponen una alerta. En dicha línea, también
internacional, destaca la italiana Cupertino que (entendemos) escribe en
español lo que podría empezar a leerse como adivinanza, con rima asonante
incluso (para incipientes lectoras y lectores), sobre el «tlacuache o qarachupa
/ no sólo chucha o zarigüeya» (57), al que también se refiere Isabel Zapata en su poema «Tlacuatzin».
Sin abandonar la ternura que
despierta Soplo de vida, Díaz Castelo
se aproxima al género ensayístico con ese estilo ya propio que caracteriza a
una reflexión sobre el ser humano a partir de la observación: ya sea una mosca
o los pájaros al fragor de la existencia y su fin.
También a la tortuga, y al toro, con
sarcástica interjección, se refiere Feria en sintaxis quebrada y torrencial que
más al extremo grita contra el maltrato. Tono, el anterior, que contrasta con
el de Fernández Rodríguez. El reciente ganador del Premio de Poesía Emilio
Prados acude a los dinosaurios para darle una vuelta de tuerca a la
intertextualidad de Héctor Carreto
o de Diana Garza
Islas en el lado mexicano. Más amplias resultan las resonancias si
pensamos que para la famosa unas tortugas copulando servían para dar voz a
«Triceratops». En dicha línea continúa Sesi García a propósito de un loro o el
perro que cuida con Gacinska. Tales autores parten de lo cotidiano para
fortalecer el vínculo humano y poético con otras criaturas con las que
compartimos hábitos.
Seguidamente, Berta Garcia Faet hace
del título ya un poema: «La primera vez que pasaste la noche en casa, te
pusimos un reloj debajo de la toalla para que sustituyera al latido del corazón
de tu madre y no lloraras», el cual se compone de dos partes repleta de finos
destellos en cuatro estrofas de tres versos; vuelta de tuerca a los haikus de
Aranda.
Ya sea el breve hálito que dura con
Carlos García Mera y su mención a las hormigas, entre otros seres, o el
universo en prosa de los peces (que no pescados) de Guerrero, despierta con
cada poeta un interés por seguir leyendo este libro. El soneto de alejandrinos
sirve de ejemplo para mostrar la variedad:
DOS POEMAS DE ANIMALES
ACUÁTICOS EN DROGAS
EN PEZ
Conciencia blanda, un torpe lindo pez soy que husmea
entre las entidades acuáticas siniestras:
una vez que hallazgo al fin percibo, veranea
—con curiosidad por las tantas vibrantes muestras—
mi ánimo tenaz por la psicótica aventura;
alrededor de ríos, cloacas, vertederos,
comenzó con la prisa, ansiedad y calentura
que en zozobra ruin viví en los chapoteaderos:
luz, anfetaminas, xanax, valium, cocaína
pulular en lagos, ríos, arroyuelos, mares:
conciencia de un torpe pez soy, luz que no clarea;
más sigue afán y acumulación de proteína:
un pez o un cardumen drogados por estos lares
dispuestos a la merced de tan tenaz marea (81).
Es difícil leer el
primer verso por el hipérbaton que te obliga a degustar varias veces la natural
riqueza de la mixtura de palabras que establece la mexicana con coherencia. Se
encuentra prácticamente a la mitad de la antología e involuntariamente funciona
como bisagra entre poetas para quienes ya no importa tanto la oriundez sino el
tema en común. Guirao lo cultiva en prosa y en verso que dialoga con el tiempo
pasado por una cigüeña. Martín Aguilar se pone en boca de un sujeto poético que
serpentea. Medina Poveda rinde homenaje a un cervatillo que, como se aclara en
el prólogo, sufrió realmente en Málaga, y se dedica, asimismo, a su perra:
poema testimonial y guiño a quien comparte la vida. Nyman apuesta por el
atrevimiento del lirismo que admite lo escatológico.
Ya en la recta final, tanto Ocaña
como Pérez Cañamares (única con un solo poema, junto a del Pliego) generan
reminiscencias de Aristóteles o de su experiencia personal; fortaleciendo,
pues, la línea ensayística que advertimos con Díaz Castelo.
Para cerrar con la poesía mexicana,
Sergio Pérez Torres describe la sociedad como zoociudad y pensamos en la «sociudad»
con su poema «Zoológico», del que extraemos una estrofa:
También amo a los lobos y leones,
a las hormigas rojas y negras que me roban,
pinchan y no dan show tras el trabajo,
entiendo sobre las colonias ocultas
y las migajas que tiran los visitantes,
aquí todo el día alzamos las patas,
el seseo hueco para un buen día (101).
Peatones y
habitantes urbanos se alzan a la vista de seres que nos superan no solo por el
vuelo o por los años. Se invierten los papeles de lo general a lo particular,
en la tónica estudiada por Luis Vicente de Aguinaga en torno a la intimidad de lo público.
La nota al pie de página que
facilita Óscar Pirot sobre «Solitario George», el último ejemplar vivo de la
tortuga macho gigante, abona en la poesía documental que se devela en el
prólogo o en los mismos poemas.
Al cierre, Benito del Pliego despide
un torrente de versos sin pausa que truncan palabras al final de los mismos sin
perder el sentido al tiempo que Rivero Machina y Toribio, respectivamente,
inciden en el trazo urbano que colinda con lo animal en el entramado
arquitectónico provisto por Pérez Torres o en las versiones de expresiones
populares que circundan los tópicos desde los medios de comunicación; es decir:
cierran Soplo de vida asegurando la
frescura de la poesía en español a favor de la vida animal.
Ahora bien, nos detenemos en Villeda
por cultivar por segunda vez en este libro la prosa y la narratividad de un
canto a favor de la raza de «Appaloosa Horse Club» (118-119) con esa fuerza que
le caracteriza, junto a otras referencias de México como las ya mencionadas y
de España, especialmente, con Fernández, García o García Faet.
Pese a alguna veta como la de Feria
o Guerrero nos encontramos ante una cadencia que conoce a los clásicos y por
ello ofrece algo nuevo sin falsas estridencias ni alusiones forzadas al tema
que logra actualizar con este libro Gacinska.
En los últimos años me atrajo la relación de la ciudad con la sociedad, la suciedad y el suicidio. En la
línea del ecocidio, aunque lejos de la imposición humana que ejerce un espacio
como el zoo, a propósito del sentido de «so» que potencia el seseo americano,
esta publicación nos ayuda a entender la importancia animal en una sociedad que
vive una crisis global respecto al trato que se le da a otras especies.
Háganse con un Soplo de vida. Recordando el colofón: «El monto correspondiente a
los derechos de autor será destinado a dos ONGs animalistas: de la edición
española, a Brinzal Centro de Recuperación de Rapaces Nocturnas y de la edición
mexicana, a WWF México».
Ayer tuvo lugar la presentación gracias a Ojos de Sol Editorial, con poetas de la talla de Karen Villeda,
Ingrid Bringas, Valeria Canelas, Lucia Cupertino y Sergio Pérez Torres; además del
ilustrador del libro Pablo Cabrera Ferralis.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario