domingo, 5 de diciembre de 2021

Soplo de vida

 

Soplo de vida. Antología de animales (Ojos de Sol, 2021) cuenta con la edición y el prólogo de Weselina Gacinska, doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Madrid que actualmente lleva a cabo una investigación sobre el tema de la recopilación que en estas líneas presentamos. De ello da cuenta en la reciente entrevista que Laura Martínez Alarcón le hizo para Espacio Mex.




            Una antología después de la pandemia, como las que vienen viendo la luz en los últimos meses, permite actualizar el panorama literario que, lejos de paralizarse, esperó a que se retomaran sólidos proyectos editoriales como este. Además, el protagonismo para mamíferos, moluscos e insectos (en menor medida, reptiles y aves) confirma el interés que suscita la vida desde una perspectiva ecocrítica: línea trazada por el centenario Ramón López Velarde, la Generación de los 50 (también desde la reconstrucción del mundo precolombino y colonial) o, en los últimos años, con poetas que van de Vicente Quirarte a Isabel Zapata.

            Pese a que tiene un importante peso, la poética mexicana (con ocho referencias) dialoga con la española (con dieciséis), especialmente, aunque también la boliviana, la argentina, la venezolana o la italiana. Tales son las y los autores: Verónica Aranda (Madrid, España, 1982), Sandra Benito Fernández (Plasencia, España, 1992), Adán Brand (Aguascalientes, México, 1984), Ingrid Bringas (Monterrey, México, 1985), Valeria Canelas (La Paz, Bolivia, 1984), César Cañedo (El Fuerte, México, 1988), Valeria Correa Fiz (Rosario, Argentina, 1971), Andreas Crespo Madrid (Valencia, Venezuela, 1995), Lucia Cupertino (Polignano a Mare, Italia, 1986), Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, México, 1986), Miguel Ángel Feria (Huelva, España, 1979), Daniel Fernández Rodríguez (Barcelona, España, 1988), Sesi García (San Sebastián de los Reyes, España, 1992), Berta García Faet (Valencia, España, 1988), Carlos García Mera (Guadalajara, España, 1992), Maricela Guerrero (Ciudad de México, México, 1977), Alberto Guirao (Madrid, España, 1989), Pedro Martín Aguilar (Madrid, España, 1991), Diego Medina Poveda (Málaga, España, 1985), Carla Nyman (Palma de Mallorca, España, 1996), Federico Ocaña (Madrid, España, 1990), Ana Pérez Cañamares (Santa Cruz de Tenerife, España, 1968), Sergio Pérez Torres (Monterrey, México, 1986), Óscar Pirot (Ciudad de México, México, 1979), Benito del Pliego (Madrid, España, 1970), Antonio Rivero Machina (Pamplona, España, 1987), Andrea Toribio (Madrid, España, 1993) y Karen Villeda (Tlaxcala, México, 1985).

            Aunque no sea mi objetivo trazar de esta publicación un análisis antológico, considero importante comentar algunos rasgos que hacen de este recuento poético un ejercicio singular, equitativo y pertinente. Al acotar los textos a los animales se ofrece tanto el interés que despiertan los seres vivos más allá de lo doméstico: reivindicación de un espacio libre, salvaje, natural, por un lado; como, por otro, la poética que une a poetas de una promoción más allá del llamado panhispanismo.

            De veintiocho poetas, hallamos catorce escritoras y catorce escritoras. Además de la igualdad en este sentido, tan descuidado en la mayoría de las antologías, destaca la juventud de quienes publican ya varios libros y tienen reconocimientos como el Premio Aguascalientes. De 1968 a 1995 se dan cita varias promociones que comparten objeto lírico.

            En este caso el prólogo no responde a una breve introducción protocolaria, sino que la completa presentación de Gacinska justifica el trabajo de la editorial madrileña. Partiendo de John Berger, Saint John Perse e Ida Vitale (entre otras claves como las ofrecidas por Olga Tokarczuk o Jakob von Uexküll), la especialista explica el título de este libro de reminiscencia lispectoriana por la etimología de animal: «ser dotado de soplo vital» (7). Con esa respiración en común con los humanos fluye el aire fresco de textos, en ocasiones, inéditos (mas este dato no se dice). Nos advierte de que «existe una verdadera interconexión entre muchos poemas que otorga una inesperada coherencia al volumen» (9); y es por ello que en lo que sigue tratamos de seguir esa línea, hálito conductor que nos hará detenernos especialmente en el país con más hispanohablantes.

            En primer lugar, Aranda establece la unión entre lo humano y lo animal (pese a no ser esta la finalidad del libro) con las amazonas. No es el único poema. De cada poeta, como seguidamente, Benito, se incluye un par de textos, ilustrados por Pablo Cabrera Ferralis. Más adelante, destaca el poema «El entomólogo» y «De cómo las abejas comunican la existencia de alimento» de Adan Brand, autor de Animalia. Un ejemplo de la unión que también se establece entre la ilustración, siempre en blanco y negro, y lo verbal, se produce tras Bringas:

 

Pág. 41

 

He ahí la sombra de los matices que discurren incontinentes en los blancos de las páginas. A continuación descuella con Canelas la fijeza por lo verbal que tienen quienes ocupan Soplo de vida, exenta de una experimentación que no alardea más que del lenguaje y el juego de las especies que aquí recogemos.

            Una relación particular con la vida más allá de lo humano la establece Cañedo, como se intuía al leer a Gacinska en el prólogo. «Gimnasta que está por retirarse» y «Clamidia de koalas» ofrecen una perspectiva inusual que mezcla humor y denuncia; rasgos que pueden despertar una conciencia en un público central para el desarrollo sostenible como es el de quienes rondan la edad de tales poetas.

            Por su parte, Correa Fiz logra con precisión, apenas en unos cuantos versos, dibujar el sentir de un «caracol / como un suicida» (51). De Argentina a Venezuela, pasando siempre por Madrid, el Retiro con el caso anterior, Crespo se detiene en la tortuga, cuya vulnerable y amenazada habitabilidad suponen una alerta. En dicha línea, también internacional, destaca la italiana Cupertino que (entendemos) escribe en español lo que podría empezar a leerse como adivinanza, con rima asonante incluso (para incipientes lectoras y lectores), sobre el «tlacuache o qarachupa / no sólo chucha o zarigüeya» (57), al que también se refiere Isabel Zapata en su poema «Tlacuatzin».

            Sin abandonar la ternura que despierta Soplo de vida, Díaz Castelo se aproxima al género ensayístico con ese estilo ya propio que caracteriza a una reflexión sobre el ser humano a partir de la observación: ya sea una mosca o los pájaros al fragor de la existencia y su fin.

            También a la tortuga, y al toro, con sarcástica interjección, se refiere Feria en sintaxis quebrada y torrencial que más al extremo grita contra el maltrato. Tono, el anterior, que contrasta con el de Fernández Rodríguez. El reciente ganador del Premio de Poesía Emilio Prados acude a los dinosaurios para darle una vuelta de tuerca a la intertextualidad de Héctor Carreto o de Diana Garza Islas en el lado mexicano. Más amplias resultan las resonancias si pensamos que para la famosa unas tortugas copulando servían para dar voz a «Triceratops». En dicha línea continúa Sesi García a propósito de un loro o el perro que cuida con Gacinska. Tales autores parten de lo cotidiano para fortalecer el vínculo humano y poético con otras criaturas con las que compartimos hábitos.

            Seguidamente, Berta Garcia Faet hace del título ya un poema: «La primera vez que pasaste la noche en casa, te pusimos un reloj debajo de la toalla para que sustituyera al latido del corazón de tu madre y no lloraras», el cual se compone de dos partes repleta de finos destellos en cuatro estrofas de tres versos; vuelta de tuerca a los haikus de Aranda.

            Ya sea el breve hálito que dura con Carlos García Mera y su mención a las hormigas, entre otros seres, o el universo en prosa de los peces (que no pescados) de Guerrero, despierta con cada poeta un interés por seguir leyendo este libro. El soneto de alejandrinos sirve de ejemplo para mostrar la variedad:

 

DOS POEMAS DE ANIMALES ACUÁTICOS EN DROGAS

EN PEZ

 

Conciencia blanda, un torpe lindo pez soy que husmea

entre las entidades acuáticas siniestras:

una vez que hallazgo al fin percibo, veranea

—con curiosidad por las tantas vibrantes muestras—

 

mi ánimo tenaz por la psicótica aventura;

alrededor de ríos, cloacas, vertederos,

comenzó con la prisa, ansiedad y calentura

que en zozobra ruin viví en los chapoteaderos:

 

luz, anfetaminas, xanax, valium, cocaína

pulular en lagos, ríos, arroyuelos, mares:

conciencia de un torpe pez soy, luz que no clarea;

 

más sigue afán y acumulación de proteína:

un pez o un cardumen drogados por estos lares

dispuestos a la merced de tan tenaz marea (81).

 

Es difícil leer el primer verso por el hipérbaton que te obliga a degustar varias veces la natural riqueza de la mixtura de palabras que establece la mexicana con coherencia. Se encuentra prácticamente a la mitad de la antología e involuntariamente funciona como bisagra entre poetas para quienes ya no importa tanto la oriundez sino el tema en común. Guirao lo cultiva en prosa y en verso que dialoga con el tiempo pasado por una cigüeña. Martín Aguilar se pone en boca de un sujeto poético que serpentea. Medina Poveda rinde homenaje a un cervatillo que, como se aclara en el prólogo, sufrió realmente en Málaga, y se dedica, asimismo, a su perra: poema testimonial y guiño a quien comparte la vida. Nyman apuesta por el atrevimiento del lirismo que admite lo escatológico.

            Ya en la recta final, tanto Ocaña como Pérez Cañamares (única con un solo poema, junto a del Pliego) generan reminiscencias de Aristóteles o de su experiencia personal; fortaleciendo, pues, la línea ensayística que advertimos con Díaz Castelo.

            Para cerrar con la poesía mexicana, Sergio Pérez Torres describe la sociedad como zoociudad y pensamos en la «sociudad» con su poema «Zoológico», del que extraemos una estrofa:

 

También amo a los lobos y leones,

a las hormigas rojas y negras que me roban,

pinchan y no dan show tras el trabajo,

entiendo sobre las colonias ocultas

y las migajas que tiran los visitantes,

aquí todo el día alzamos las patas,

el seseo hueco para un buen día (101).

 

Peatones y habitantes urbanos se alzan a la vista de seres que nos superan no solo por el vuelo o por los años. Se invierten los papeles de lo general a lo particular, en la tónica estudiada por Luis Vicente de Aguinaga en torno a la intimidad de lo público.

            La nota al pie de página que facilita Óscar Pirot sobre «Solitario George», el último ejemplar vivo de la tortuga macho gigante, abona en la poesía documental que se devela en el prólogo o en los mismos poemas.

            Al cierre, Benito del Pliego despide un torrente de versos sin pausa que truncan palabras al final de los mismos sin perder el sentido al tiempo que Rivero Machina y Toribio, respectivamente, inciden en el trazo urbano que colinda con lo animal en el entramado arquitectónico provisto por Pérez Torres o en las versiones de expresiones populares que circundan los tópicos desde los medios de comunicación; es decir: cierran Soplo de vida asegurando la frescura de la poesía en español a favor de la vida animal.

            Ahora bien, nos detenemos en Villeda por cultivar por segunda vez en este libro la prosa y la narratividad de un canto a favor de la raza de «Appaloosa Horse Club» (118-119) con esa fuerza que le caracteriza, junto a otras referencias de México como las ya mencionadas y de España, especialmente, con Fernández, García o García Faet.

            Pese a alguna veta como la de Feria o Guerrero nos encontramos ante una cadencia que conoce a los clásicos y por ello ofrece algo nuevo sin falsas estridencias ni alusiones forzadas al tema que logra actualizar con este libro Gacinska.

            En los últimos años me atrajo la relación de la ciudad con la sociedad, la suciedad y el suicidio. En la línea del ecocidio, aunque lejos de la imposición humana que ejerce un espacio como el zoo, a propósito del sentido de «so» que potencia el seseo americano, esta publicación nos ayuda a entender la importancia animal en una sociedad que vive una crisis global respecto al trato que se le da a otras especies.

            Háganse con un Soplo de vida. Recordando el colofón: «El monto correspondiente a los derechos de autor será destinado a dos ONGs animalistas: de la edición española, a Brinzal Centro de Recuperación de Rapaces Nocturnas y de la edición mexicana, a WWF México».

            Ayer tuvo lugar la presentación gracias a Ojos de Sol Editorial, con poetas de la talla de Karen Villeda, Ingrid Bringas, Valeria Canelas, Lucia Cupertino y Sergio Pérez Torres; además del ilustrador del libro Pablo Cabrera Ferralis.

 


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