Testudina descubre el horizonte (Bitácora de vuelos,
2021) es el libro de poesía que acaba de publicar Margarita Aguilar Urbán (Atizapán
de Zaragoza, Estado de México, 1955) con ilustraciones de Ana Gudiño Aguilar.
En línea con la LIJ
a la que nos dedicamos este año, se vincula a la perspectiva ecocrítica por la
reivindicación del cuidado del medio, especialmente del marino, en el marco de
los ODS.
Como vimos con Kyra Galván, un punto se anota enseguida la editorial electrónica al incluir un
resumen de la obra en la parte inicial de la misma. Del mismo modo que hace
unas semanas, considero importante leer a las y los más pequeños el texto,
mientras disfrutamos de las imágenes que la acompañan, sin necesidad de reparar
en tal sinopsis. Así, a posteriori,
tendremos oportunidad de valorar la interpretación que son capaces de extraer
quienes escuchan o, por extensión, quienes leen o se forman en Didáctica.
Siguiendo la técnica de Ethel
Krauze a propósito de sus Poeminas para
Adelaina, a continuación, aún en el pórtico, se ofrece una definición
de Testudines: «Orden de reptiles conocidos comúnmente como “tortugas”» (6).
Ahora bien, a diferencia de Krauze, el de Aguilar no es un neologismo sino una
alusión específica a la denominación científica que recibe el animal que
protagoniza Testudina descubre el
horizonte; título que ya narra la acción del perseguido reptil que
difícilmente suele llegar con vida a la parte en la que el mar limita con el
cielo.
Si Krauze le dedicaba el libro a su
hija, Aguilar se vale de las ilustraciones de la suya. Lejos de aprovechar la
cercanía, tal vínculo afianza el vínculo metapoético de quien tiene como
profesión la de expresar con imágenes lo que lee y en algún momento escuchó.
Los dieciséis poemas, breves, se
basan en la rima de la que ya hemos hablado en títulos anteriores como recurso
con el que se aproxima a la sonoridad que tanto atrae a quienes se adentran en
los primeros estadios de la literatura. En contra de la rima consonante, a
veces forzada, de la que se suele abusar en la poesía infantil, en Aguilar, de
manera natural, lejos de un recurso forzado, en la mayoría de las composiciones
gana fuerza semántica la rima asonante en los versos pares; por ejemplo, en el
poema inicial (titulados, todos ellos, con el primer verso):
El horizonte en el mar
es una línea lejana
donde juntan sus azules
el firmamento y el agua.
Es una víbora larga
que se arrastra en la distancia,
un lugar que contemplamos
con un poco de nostalgia,
un renglón interminable
en la tarde silenciosa
donde el mar escribe “ven”
con las ves de las gaviotas (7).
El lugar común que
suele resultar la línea del horizonte que no siempre se distingue en el mar
aviva el uso de la metáfora con otros animales como es, también reptil, la
víbora. En este punto se lanza ya, de manera implícita, la agresividad a la que
hará frente Testudina. La bravura de la escena, cual símbolo romántico,
detonará las peripecias de la protagonista hasta la moraleja final que es
posible extraer: la vida de las tortugas recién nacidas no es fácil; trata de
evitar los obstáculos que el humano, entre demás seres, les causa.
En este punto, como vimos con Maram, el
mar posee un lenguaje. Código ancestral, originario, en el marco de CORPYCEM:
«viene de tiempos lejanos» (12). La ficción infantil, maravillosa, fantástica,
no le resta verosimilitud a pareados que dibujan los mensajes o alertas de la
naturaleza: «Si dice “dulce muchacha”, / ellas escuchan: “¡cumbancha!”» (12).
La aliteración representa el sonido de la fuerza del agua salada que arriba al
mexicanismo y cubanismo que entendemos como reunión a la que asiste gente para
divertirse airadamente moviéndose al ritmo de la música.
Mediante el uso de la segunda
persona, además de dirigirse al mar en la o el que ha de sobrevivir Testudina,
conecta directamente con quien lee, cual función apelativa: «Mar que dejaste a
las olas / bailar su danza animada, no impidas hoy que la madre / llegue
valiente a la playa» (14).
Del verso de arte mayor, sobre todo
con endecasílabos, a las adivinanzas que funcionan independientes sin perder el
hilo narrativo de lo que comenzó siendo un relato, la obra fluye y afianza con
maestría un tema ecocrítico que no siempre conseguimos trasladar a quienes
aprenden a comprender la realidad desde la literatura.
Junto al vínculo que tal publicación
genera con otras materias propias de los ámbitos sociolingüísticos o
científicos, como la Biología o la Geografía e Historia, las Matemáticas
articulan el paso del tiempo que pasa Testudina para salir del huevo y llegar
al mar contando los días del mencionado proceso. Se trata, pues, de un fino
ejercicio del tradicional docere
delectare.
A mitad de la obra, con formato de
titular en el noticiario que popularmente exclama quienes habitan el lugar, «“¡Hoy
rompió el cascarón Testudina!”» (29). Amén de las cálidas ilustraciones, vemos
a la tortuga desplazarse por los versos sangrados pentasilábicamente:
Sus aletitas
en
la carrera
son rehiletes
sobre
la arena (37).
Al final, como
imaginábamos, Testudina descubre el horizonte y reparamos en que la obra de
Margarita Aguilar Urbán se ha convertido en una canción de cuna: por el tono,
musical, y el mensaje, que al anochecer (45-46) invita a creer en la
importancia de cuidar cualquier detalle que impida a otras especies su espacio.
Sería interesante trazar un estudio
que incursione detenidamente en obras como esta, de la que apenas destacamos
ahora algunos rasgos con el objetivo de delinear algunos rasgos que desarrollar
tanto en el aula como futuras publicaciones desde la Universidad de Alicante.
Sigamos, pues, atentamente la
colección dirigida al público infantil que dispone el catálogo editorial de Bitácora de vuelos, el cual,
todo él, se puede adquirir sin problema en formato electrónico desde cualquier
parte del mundo.
Gracias por esta generosa reseña.
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