
El
poemario que parafrasea el nombre del famoso programa de medianoche
estadounidense despliega una cómica serie de sujetos poéticos que dan vida a
esos personajes normalmente situados en la periferia de la parrilla televisiva
y también de la lírica, al menos hasta la llegada de autores como José Eugenio Sánchez, Ángel Ortuño o incluso Yolanda Segura.

Estuve
a punto de lavarme los dientes
con
la navaja de afeitar.
Imagino
así, como por distracción,
el
rumbo que ha tomado mi país
y
lo repito deletreando: m-i-p-a-í-s, con la sorpresa
del
que destapa una Coca-Cola
agitada
en exceso (41).
El pesimismo y el suicidio no se
entenderían sin una ácida dosis de humor en los ojos, la que provoca la
pantalla. Así leemos, de momento, la obra del jalisciense, en una primera
persona que recuerda al infrarrealismo. Y, como el show que termina por
los comerciales o por la falta de presupuesto, pensamos en el Joker y
esperamos más.
De nuevo este archivo de obras abiertas
permite que una edición de autor esté al alcance de cualquiera con conexión a
internet. Lo que se hace en Jalisco y demás estados de la República evidencia la
progresiva descentralización de la cultura mexicana. Carlos Vicente Castro está
disponible también en la página de la editorial Paraíso perdido,
donde publicó Raíces temporales (2000) y Carcoma (2006), así como
en Puntoen línea de la UNAM, Confabulario
o en El Cálamo. Si existiera la
poesía distópica en México, a la manera de Julián Herbert, estaríamos ahora mismo ante un ejemplo.
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