Carlos Vicente Castro
(Zapopan, Jalisco, 1975) inauguró el 2019 para el archivo de Poesía Mexa con su libro Late night show (Edición del autor, 2019): una
parodia de la presencia que está llegando a tener lo kitsch en la
literatura.
El
poemario que parafrasea el nombre del famoso programa de medianoche
estadounidense despliega una cómica serie de sujetos poéticos que dan vida a
esos personajes normalmente situados en la periferia de la parrilla televisiva
y también de la lírica, al menos hasta la llegada de autores como José Eugenio Sánchez, Ángel Ortuño o incluso Yolanda Segura.
Con
ilustraciones de Jors, Eduardo Padilla firma la presentación. Creo que no se equivoca el también poeta de PM (con
media docena de publicaciones) cuando dice que «este es un libro de poesía
pesimista, ejecutada con mano firme y espíritu infantil». Ese es el tono
aparente, pero sin duda el verso libre, los textos breves, la sorna, permiten
una lectura más profunda que llega a la crítica y a la caricatura de un país,
el vecino, que podría ser cualquiera en este final de década. Conecta de algún
modo con los objetos volantes no identificados con los que nos familiarizaba Herrera.
Castro parte de Sísifo y Vitruvio en un sentido inverso. Entre otras
referencias, la narración va encajando lo que podríamos pensar que en un
principio son imágenes aisladas. Logra hacerlas convivir en los textos y
provocar el extrañamiento. Hilvana en «No hay más remedio» las puntadas «de
todo filo. En fila, hila sus pareceres», junto a «esta cruda guerra de hormigas
en la conciencia de un cerdo» (8). Tipos como terraplanistas e ideologías
sucedáneas de lo clásico se invitan a esta reunión de voces, de incómodas
sensaciones tras comer un mango, en la espera del megusta de las redes
sociales. Todo se cuestiona. Retrata a la sociedad; y también la cultura. Sirva
como muestra «Mal que bien»:
Estuve
a punto de lavarme los dientes
con
la navaja de afeitar.
Imagino
así, como por distracción,
el
rumbo que ha tomado mi país
y
lo repito deletreando: m-i-p-a-í-s, con la sorpresa
del
que destapa una Coca-Cola
agitada
en exceso (41).
El pesimismo y el suicidio no se
entenderían sin una ácida dosis de humor en los ojos, la que provoca la
pantalla. Así leemos, de momento, la obra del jalisciense, en una primera
persona que recuerda al infrarrealismo. Y, como el show que termina por
los comerciales o por la falta de presupuesto, pensamos en el Joker y
esperamos más.
De nuevo este archivo de obras abiertas
permite que una edición de autor esté al alcance de cualquiera con conexión a
internet. Lo que se hace en Jalisco y demás estados de la República evidencia la
progresiva descentralización de la cultura mexicana. Carlos Vicente Castro está
disponible también en la página de la editorial Paraíso perdido,
donde publicó Raíces temporales (2000) y Carcoma (2006), así como
en Puntoen línea de la UNAM, Confabulario
o en El Cálamo. Si existiera la
poesía distópica en México, a la manera de Julián Herbert, estaríamos ahora mismo ante un ejemplo.
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