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dispuesta a gritar cuando los objetos
se acercan al borde de la mesa
Brenda Ríos
(15)
Brenda Ríos (Acapulco, 1975) es
una de las autoras cuya reciente entrada al archivo de Poesía Mexa
–con Proyectos espirituales (2019), una selección de este equipo
editorial– más aplausos generó en las redes. No es para menos, se trata de una
de las más sugerentes; sin embargo, paradójicamente (o no), pese a los
galardones que ha recibido no es tenida en cuenta por la mayoría de la escasa
crítica de poesía mexicana contemporánea.
La
ensayista, poeta y traductora recibió el Premio Nacional de Poesía Ignacio
Manuel Altamirano 2013 y el Premio Estatal de Poesía María Luisa Ocampo 2018.
Parte de su trabajo poético aparece en revistas como Letralia, Replicante,
Círculo de Poesía, Fractal
o Low-Fiardentía,
Ahora bien, sus libros –Escenas del jardín (2015), La sexta casa
(2018) o Aspiraciones de la clase media (2018)– apenas despiertan notas como
la de Ariadna G. García en Oculta; donde a propósito de este último concluye que «nos
habla de la intemperie sentimental en la que vive buena parte de la ciudadanía,
ya sea por estar enclavada entre los resortes, espirales y muelles de un
sistema laboral opresor, o por la desgracia de haber nacido en un ambiente
decolorado. Escrito con un lenguaje coloquial, a veces irónico, y a menudo
narrativo».
Tales
rasgos se advierten en Proyectos espirituales (Poesía Mexa, 2019). El
orden no es cronológico, la estructura atiende a proyectos que van de la
abstracción mental e individual a una acción que se narra y nos compete,
gracias a la coloquialidad del verso, a la verosimilitud de las imágenes, a la
crueldad que nos rodea. Arranca con textos de La luz artificial de las cosas
(de próxima aparición en Praxis), sigue con Aspiraciones de la clase media
(que se editó en España el año pasado), Escenas del jardín, Invitación
del respirar (2006-2007), Domésticos (2016, inédito), No era el
mar (2011, inédito) y Un corazón un animal vivo (2008-2013). La ironía que también la caracteriza fue estudiada en su
ensayo Del amor y otras cosas que se gastan por el uso. Ironía y silencio en
la narrativa de Clarice Lispector (2005), disponible en Issuu.
La
violencia doméstica, problemas maritales que actualizan películas de lo que
pensábamos que era otra época, la aparentemente imperceptible ofensiva burocrática,
los ataques de ira, la ansiedad recalcitrante; los objetos que devienen tras la
muerte del padre; los estereotipos de género. Todo está ahí y da a luz; y
sobrevive gracias a la ironía, el sarcasmo, el cinismo, la irreverencia: fases
del humor (de la poesía) que nos hace soportar la tragedia. Enseña a decir no,
como veíamos con Laura García Renart; y, por supuesto, a lo contrario: «con todo el cuerpo, con
todo el amor que nos ha sido puesto dentro por alguien más / porque nuestro
cuerpo, como todos los cuerpos, es una semilla obligada a crecer / y amar / porque
el amor es fuerte y es raíz del mundo / y hay que decir sí» (13).
En
segunda persona reconsidera las expectativas que la sociedad nos ha creado. Los
tiempos del conflicto, de esas aspiraciones, llegan a unos versos finales que resuenan
porque enmudecen: «la brutalidad nuestra es abrumadora / como un día blanco / en
un país de nieve» (20). Amontona la sintaxis con pensamientos que recorren «hormiguitas
que caminan y hacen sus destinos en mí» (36). Los diversos tonos de esta
inquietud común que hace de Brenda Ríos una particular poeta cercana a la
coloquialidad kyragalvaniana
de Eva Castañeda o a la incisión de Andrea Alzati cobran su mejor registro, en mi opinión, en los poemas que forman
parte de ese (por suerte ya no, al menos en su totalidad) inédito Domésticos.
Todos sus poemas –«Cebollas», «Hormigas», «Café» (vayan a leerlos ya), «Hormigas
II», «Acuario», «Frascos», «Vaca»,– son un inteligente homenaje a las
preocupaciones que en la poesía mexicana dejan desde Ramón López Velarde a Miguel Hernández. La cocina y sus recetas psicoanalizan el día a día, cual Cata literaria y vital. Sirve este ejemplo más adelante, «Bitácora de la cocina
I»:
El
refrigerador es pequeño y gris.
caben
en él dos litros de leche, huevos, yogurt, carne para asar, fruta partida, dos
tomates,
una bolsa con espinacas, quesos distintos, aderezos, una botella de agua,
y
mi corazón:
afuera
se echa a perder muy fácilmente.
[Hay
que envolverlo en plástico para mayor cuidado] (62)
Cada poema, breve, conforma una narración
del ser humano ante la grisura de la crisis existencial. Los textos vertebran
un relato que se integra en la acertada selección de Poesía Mexa. Lo mejor de
esta recopilación es que saca a la luz trabajos que, escritos en la
última década, aún eran inéditos. Si Ariadna G. García se quedaba con el endecasílabo
«Llegar a fin de mes sin pasar hambre»; yo todavía no me quito de la cabeza y
del corazón por la visceral metáfora que continúa en «hay bautismos de oscuras
languideces» (65).
Pese a partir de la
narrativa en Cubo de Rubik (2018), esta entrevista puede terminar de
animarnos a escuchar y leer la lucidez y el colmillo, la crítica, que la
acapulqueña logra en la claridad de una poética que traza profundas lecturas y
está presente en todo lo que hace:
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