domingo, 23 de febrero de 2020

Todo esto se dirá


Tengo ganas de estar libre de mi prisa.
Manuel Romero (10)

Todo esto se dirá (Fondo Editorial de Baja California, 2008) es un poemario de Manuel Romero (Tijuana, Baja California, 1964): cual muro estudiado por Alejandro Higashi en PM / XXI / 360º, las imágenes encriptadas conforman una poética al norte del país.

            Podríamos pensar que este libro que comienza con un poema titulado «El muro» auguró hace diez años la obcecada idea del gobierno estadounidense; y por ello, considerarlo de manera implícita bajo el rubro de poetas en la frontera, como Luis Cortés Bargalló, quien firma la contraportada que acaba de la siguiente manera:

estos poemas, llenos de humores ambiguos, imágenes complejas y aun abstractas, exhiben un destello a ras de piel y suelo: el sitio preciso de la respiración, el aliento, acaso su manera de transparentarse; el inasible espacio de una nada, de un silencio que no sólo son consustanciales al poema y las palabras, sino a nuestra propia existencia.

Al mismo Bargalló dedica el primero de los poemas; ya mencionado y presente en Periódico de Poesía, donde también se publicó una reseña de Eduardo Silva:

todo acto de fundación posibilita su destrucción, pero también inaugura la posibilidad a partir del derrumbe. En el libro Todo esto se dirá de Manuel Romero, se reflexiona sobre la fragmentación de la realidad a través del sujeto y sobre la crisis de éste ante la pérdida de la certidumbre.

Veamos de qué manera, en estos cuarenta y ocho textos (divididos en cuarto partes: apertura, interiorización, creación y exteriorización, según Silva), se construye sobre la nada un palimpsesto de imágenes que, al cabo, son una poética; es decir, una reflexión sobre la poesía desde el mismo poema.
            Y es que el oficio que resulta de poner en común textos de diferentes poetas, como recogemos al final, se encuentra en los últimos años ante los obstáculos de la burocratización que detalla el poema «Informe» en cursiva, como estribillo y palabras ajenas: «Mañana se decide la edición de su libro / Se destinaron pocos recursos / Para este ejercicio fiscal...» (11).
            Menos cómico es el final de «A orillas de la montaña», dedicado al también poeta tijuanense Víctor Soto Ferrel; así como en el siguiente, sin título: «Soy el aire que ensucio con mi aliento, / siempre, desde quién sabe cuándo; la nada / que brilla en mis ojos, el hueco donde vivo» (16). Y ese hueco, ese vacío que perfora el poema sangra al final de «El aire nuestro»: «Estoy aquí el aquí respiro» (46).
            El tono que sostiene la lírica de Romero va de la exhumación de un cadáver en «Un trámite sencillo» (37) a «Los trozos de una vasija / disperos y olvidados» (64) que veíamos con Diana del Ángel en Vasija (2012) o Barranca (2018) o los «Escarabajos» (65), símbolo de Fernando Fernández en Oscuro escarabajo (2018) y Lorena Huitrón en Una violencia sencilla (2017) o El oficio del escarabajo (2019). Es un modo de tañer las palabras con un tacto más áspero que el de Clara del Carmen Guillén. Así concluye «El mismo sitio»: «De norte a sur, // extraño al extranjero que soy, // en ese sitio siempre el mismo, / no lejos de aquí» (58); precedente de Omar Pimienta, Manuel Iris e Isabel Zapata en , Escribo desde aquí (2009), «Soy de aquí» (2017) y Una ballena es un país (2019), respectivamente.
            Manuel Romero se inscribe en una poética que conecta con demás autoras y autores contemporáneos. Cada uno de sus textos va sirviendo de cohesión para la serie de ideas que, de dentro a fuera, le dan coherencia a su quehacer.
            Pude comprobarlo hace justo un año, cuando recibí algunos ejemplares de la Hoja que comparte en Baja California desde los ochenta:




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