domingo, 17 de mayo de 2020

Casa sin fin. Bullicio de la memoria


Casa sin fin. Bullicio de la memoria (Verso destierrO / Campo Literario, 2018) es un poemario de Artemisa Téllez (Ciudad de México, 1979). Su obra nos permite adentrarnos en un rito de liberación que parte de la historia personal de un sujeto poético ligado a referencias con las que cualquier persona puede identificarse y edificarse, sin límites.

            La autora de Cangrejo (Voces en Tinta, 2017) y Cuerpo de mi soledad (Aquelarre, 2010) construye un espacio que va del ámbito familiar y doméstico, de esas figuras maternas que engendran y ocupan demás referencia femeninas, hasta dar con la nostalgia como motivo para el homenaje y, por qué no, la verbalización del dolor.
            Si pensáramos en esa preocupación por las artes poéticas que inaugura este blog a propósito de Carmen Alemany, para Artemisa Téllez en Crónica: «La poesía es mi rezo y mi grito de guerra, mi arrullo y mi beso de los buenos días; la única forma efectiva que tengo para comunicar lo que siento y pienso como ser humano. El llanto perpetuo de la niña de tres años que vive dentro de mí. Sin la poesía –la mía y de lxs demás poetas– yo existiría, pero no soportaría vivir».
            Marisol Briones firma una contracubierta que recuerda a los Muñelocos que veíamos la semana pasada, como pan caliente y sin tapujos: «atrapa de inmediato por la fuerza de sus versos y una metáfora no metafórica, llena de realidades que como hijas vivimos; en aquel lugar subterráneo, claustrofóbico y, –a la vez– el mismo de los bailes, las risas, los pasteles recién horneados». Por su parte, el prólogo lo firma la escritora, psicóloga y docente costarricense Karla Sterloff; para quien «Escuchar las voces de la memoria es nuestro privilegio. Hallar palabras que nos permitan redimir las carencias, llenar el espacio de la ausencia».
            De este modo, la (anti)metáfora discurre en las tres partes que se complementan con ilustraciones de Víctor Sandoval. Cada una de estas puertas se abre con referencias como Alejandra Pizarnik, en el oscuro pasado; Pita Amor, con el endecasílabo y la rima que también recorre, por momentos, Téllez; y, por último, Anne Sexton de cara al cuestionamiento de la enunciación. Ese «verso alquímico» que destaca Briones se relaciona con el trabajo que presentamos con el título «Imagine meandros». La diversidad sexual se reivindica no siempre del modo implícito que lo hace el poema «Fruto» (16). Ese vientre materno encierra y abre, en una analogía incluso filosófica, el placer y el deseo en las generaciones, cual muñeca rusa, de «Matruska» (31).
            Los cajones que encierran el tiempo, cual laberinto dirá la autora en la presentación que incluimos al final de estas líneas, van de la mano del tema del que se habla. Es decir, el poema que da nombre al libro, por ejemplo (24-25), acude al pasado para recrear la historia mediante versos rimados que parecerían anacrónicos; estamos entonces ante la imagen que contrasta con la actualidad: «Con aliento tembloroso / la ahora única inquilina / en el techo ennegrecido / mira una fotografía» (24).
            El suicidio es uno de los temas que particularmente se da cita en la poesía mexicana. En «Casa sin fin» se combina con toques de humor inexistentes en otros poetas que discurren por esta línea de la muerte voluntaria como Vicente Quirarte o Alejandro Tarrab. Sin embargo, la comicidad es mínima, pues en la melancolía permea la «Culpa» (45-46) o el arrepentimiento que advertimos en este pasaje del poema mencionado:

Y cuando tus fuerzas se acabaron
–y las mías–
te huiste como novia
sin permiso
sin hacer ningún ruido
sin decirme adiós, a mí,
que tan equivocadamente te quería (44)

La ternura del espacio que comparte la poeta en este libro roza, por otro lado, lo inusual o el poema de ciencia ficción tan poco común con una metáfora no metafórica (si recordamos lo apuntado por Briones) al finalizar «El grito» (46-47), texto dirigido a la abuela; un cuento cuyo cierre, al igual que el género aforístico, remueve todo lo dicho. Ahora bien, los cimientos de esta casa son sólidos y son capaces de aguantar varias generaciones. Así termina con los espacios de sus pasos:

La abuela me mira enternecida
acaricia mi pelo con sus manos
camina hasta la puerta y
p a r s i m o n i o s a m e n t e
se traga la llave
con la que nos ha encerrado (47).

La fuerza va en aumento y recuerda a las voces recogidas en la antología Aquí se las llevan. El mejor ejemplo es el poema «La esclava» (52-53), que podemos escuchar a continuación en boca de la propia autora. El estigma es una negación que por tres veces transita el espacio doméstico, la familia y el rencor en Casa sin fin. Bullicio de la memoria. Disfruten de la presentación del poemario con los editores, Roberto Nava y Adriana Tafoya, su autora, por supuesto, y la prologuista Karla Sterloff:



            Esta colección de Verso destierrO tiene como finalidad la difusión de aquellas poetas, dice su editora, Adriana Tafoya, que apuestan por un atrevimiento temático y formal dentro de la lírica. Artemisa Téllez es una voz particular para reconocer en ese bullicio de la memoria, en esta grilla de la poesía mexicana, una guía que nos oriente para habitar el texto.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario