Tequila a Gogó (Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de
Chiapas, 2018) es un poemario de Jeremías Marquines (Villahermosa, Tabasco, 1968) tan peculiar como la historia que lo
motiva. Los fragmentos de esta ruina, del pasado, son objeto para un lenguaje,
sin embargo, límpido y sugerente en el uso más sensorial de la metáfora.
De alguna manera, este largo
poema que mezcla géneros (como el narrativo o, incluso, el teatral; según la «narratología
lírica» de Marquines) en los seis libros que componen (como los otros tantos de
una de sus líneas referenciales, Max Rojas), en verso y en prosa, se vincula con el Premio Aguascalientes 2012, Acapulco
Golden. La droga o la bebida recorren parte de la obra de este poeta que
vive en Acapulco desde 1999. La decadencia, la ruina, hace evidente la historia de
un Estado cuarenta años después.
Como señalan Alicia García Bergua y Balam Rodrigo en la presentación con la que cerramos esta nota, Tequila a Gogó, Premio Regional Centroamericano de Poesía Rodulfo Figueroa 2016 (con
un jurado formado por Laura Solórzano, Jorge Sauza y Carmen Villoro), recuerda a la discoteca
homónima, la más grande de Latinoamérica, con el primer DJ, ligada a la
desaparición de miles de personas durante la Guerra sucia. De ello se da cuenta
en la nota introductoria (11) de manera explícita y, ya de forma más implícita,
en la suma de textos que compone esta referencia, sin duda, para la poesía
documental en México.
El
niño Lucio Cabañas cuenta el relato como lírica testimonial guerrerense, según
Rodrigo, con archivos y testimonios directos fundamentales para el acontecer de
la tradición centroamericana. Según la redacción de Bajo Palabra, los personajes de este libro «deambulan en la afrenta y el
cansancio acumulado. Son voces que provienen desde el pasado, pero al mismo
tiempo anticipan el futuro más próximo y parece que, por la repetición,
hablaran ya sin entusiasmo a una pared sorda que desiste de prestar oídos a algo
que parece no inmiscuirle».
Continuando
la línea que representa el propio poeta en la contracubierta de Tequila a
Gogó, su poética bebe de la realidad. Ya lo reconocía en esta entrevista de
Cuarto
Poder: «No le veo nada extraordinario ni grandioso al poeta,
simplemente es un ser humano que tiene esa habilidad de poder desautomatizar la
realidad y poder hacerla de otra manera, de familiarizarla, porque regularmente
pasamos el día como estúpidos, siempre automatizados por los medios, por la
propia cotidianidad».
La
coloquialidad de buena parte del libro cabe, sin que sean forzados, en endecasílabos
continuos como los del tercer verso: «el cambio de color de algunas nubes, las
gotas de sudor en una herida» (15); con acento heroico en segunda, sexta,
octava y décima sílabas. Se describe así el paso del tiempo de un espacio que
representa un país y hasta un presente, como se decía con anterioridad. Uno de
los símbolos, seguido por Isabel Zapata o Elisa Díaz Castelo, es el de esa piscina vacía y abandonada que todavía acoge a
la naturaleza salvajemente inerte: «al abandono de las albercas donde siguen
saliendo plumas a los / pelícanos muertos» (15; 65).
Si
nos detenemos en cada una de estas aristas, hallaremos la hondura y el
significado de un texto tras el paso de los años. En cursiva, como diálogo,
entre comillas y corchetes se mezcla con la armonía trágica el tema de la
muerte. Insectos como el escarabajo,
en este sentido, recorren el paisaje decadente; por el que también transitan y
cargan hormigas sanguinolentas (27, 45).
La
metáfora se articula en primera persona sin necesidad de recurrir tanto al adjetivo: «Yo
con la edad metida en los bolsillos, como un hilo de agua en el aire seco, con
mis ojos igual a una corteza con sueño, preguntando si es así como se muere»
(31). Ese tono infantil del que habla Balam Rodrigo equilibra con ternura lo
que podríamos sentir como un escenario aséptico. Vence al olvido, pues, con
numerosos recursos hasta concluir, como toda historia contada, en este caso desde
la poesía, con un cierre o final que no deja pasar de largo el famoso hotel
Boca Chica (73, que mencionábamos en Las noches son así (2018) de la ya citada Zapata). Estas son las últimas
líneas de Tequila a Gogó:
–¿Usted
camina o flota?
Voy
a tenderme en este escalón a engañarme con los ruidos de lluvia que hacen los
escarabajos en los zapatos malpenados de mi padre, acordándome que no pudo calzárselos
para la tumba o para dar puntapiés a una fruta podrida, en la época en que
tlaca, tlaca, tlaca, con la maquinita, escribiendo quince o veinte cartas al
gobierno, documentando el murmullo de esos granos que caen de los árboles.
–¿Qué
ha sido?
–No
ha sido nada, madre, ya casi termino.
–“Vente
a matar pájaros con nosotros, Lucio”.
–No,
ya no, nunca.
Nadie
nos escucha, sólo nosotros (76).
¿Por qué estas experiencias pioneras para
Latinoamérica y el desenfreno son símbolo ahora de la violencia que se deja? Pese
a todo lo que rodea a Marquines, es innegable la poética
que pueden leer en Apuntes de un viejo lepero o La Otra.
En la presentación, como en el libro de
Marquines, su autor no está presente, pues se habla de lo que ya no.
Es un texto revelador sobre uno de los grandes poetas mexicanos que la institucionalidad mexicana ha discriminado. Marquines es un autor de culto, rarísimo, innovador, cada uno de sus libros es una lección de poesía, tan solo chequen este título: "Varias especies de animales extraños jugando juntos en una cueva con un pico mientras Richard Dadd observa desde un calabozo de Bethlehem", fantástico¡¡¡¡ Felicitaciones a Ballester por compartir este comentario sobre el único libro de poesía en México que aborda magistralmente el tema de la 'guerra sucia' y Lucio Cabañas. Muy bien.
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