domingo, 26 de julio de 2020

El museo de las máscaras


El museo de las máscaras (Secretaría de Cultura / Conarte, 2018) es uno de los últimos poemarios de Sergio Pérez Torres (Monterrey, Nuevo León, 1986), disponible desde el COVID-19 en el portal de Tierra Adentro. Por tales galerías se expresa el amor atendiendo a diferentes sensaciones que convergen en la pluralidad de los sentidos.

            Este libro fue ganador de la Convocatoria de Coediciones Fondo Editorial Tierra Adentro / Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León 2018; con un jurado que formaron José Ángel Leyva, Balam Rodrigo, Bibiana Camacho y David Toscana.
            Hernán Arturo Ruiz compartió en El Afiche (2018) un completo retrato del poeta que nos ocupa. Relacionó su oficio poético con otras artes que maneja en los últimos años: «La carrera de Diseño le ayudó a la composición y disposición de elementos en un texto, la Gastronomía le sirvió para aplicar cosas como la ligazón y la combinación, y ahora mismo la Medicina le ayuda a entender el funcionamiento de diversos sistemas que actúan al mismo tiempo y logran mantenerse en un solo organismo».
            Por su parte, Marisol Iturríos nos recuerda en La Verdad (2019) que: «Éste es el noveno libro que lanza el autor, pero nos cuenta como fueron sus inicios “lo primero que creé fueron especies de canciones y en la historia de la literatura vemos que así es como nace la poesía”. Su acercamiento con la poesía fue cuando era apenas un niño y una de las figuras que solía leer era Gabriela Mistral».
            Las siete partes que componen El museo de las máscaras privilegian la visita, la revisión de nuestro pasado, la relación del arte con el ser humano y el paso del tiempo, a partir de lo que podrían considerarse también las edades de hierro, piel, barro, madera, piedra y espejo. De todos estos elementos hay máscaras, hasta una última sección o sala, «Máscaras rotas» (fuera de exhibición).
            De tal modo, el sujeto poético se va construyendo en los materiales de los que están hechas las máscaras. El poemario se lee entonces como una crónica de alguien que visita el museo (recuerdo que vi una exposición similar (si no es la que puede inspirar el poemario), «Máscaras mexicanas, simbolismos velados» en el Palacio Nacional a finales de 2015: esta se dividía en cuatro partes):



Cual texto híbrido, se acerca al ensayo, reflexiona sobre la historia del ser humano (que no del hombre) a partir del diálogo conjetural que se establece con otro interlocutor. El lenguaje es claro, directo, coloquial, buscando precisamente ese intercambio de preguntas retóricas sobre cuestiones que al perseguir una definición del origen o de nuestros actos provoca contrariamente un misterio mayor. De la mano del periodismo, de la antropología y, sobre todo, del ritmo que logra en cada verso, reflexiona sobre nuestros actos como sociedad a partir de este símbolo básico para tres mil años de historia mexicana.
Tanto la poesía como la galería museográfica logran, tomando como modelo la máscara que oculta o momifica, una representación de las culturas que hasta la actualidad veíamos con Daniel Téllez en Arena mestiza (2018). El arte, en cualquier caso, oculta el silencio; en palabras de uno de los poemas de Pérez Torres: «El olvido es una forma larga de agonía, / toda la memoria echada a un polvo gris / como los suicidas que se arrojan de algún rascacielos» (22).
Las referencias religiosas, implícitas, nos hacen pensar en la tradición católica: parteaguas para América desde la Conquista y, antes, desde ese hombre que, con el Génesis, se formó de barro; para nacer de sus costillas la mujer. De tal modo termina el último poema de «Máscaras de barro»: «¿En qué más me habré de convertir / cuando seque el barro en mis costillas?» (39). Dicha alegoría continuará en demás poemas (45), para los que el espacio del museo es un pretexto o un punto de partida para desarrollar el tema fundamental en este libro; a él se refiere en numerosas ocasiones a través de la enunciación y la memoria.
Por último, se advierte una crítica a la necesidad que tenemos ahora mismo de exhibirnos, de mostrarnos, de retratarnos; algo que quizá ocultaban o trataban de evitar las máscaras: «valía la pena un trueno detenido en la memoria, / incluso si el flash arruinaba las fotografías» (92). La ruptura de las máscaras concentra el sujeto en plural, se une al amor referido a lo largo de las salas o etapas. Así termina uno de los últimos poemas:

Lo que amé en medio de tus ojos
fue tu sombra deslumbrando a la mía,
su altura encima se enmaraña hasta perderse.
Siembran de madrugada aquí cerca,
escuchamos el paso de sus charcos,
cuando una moneda a mitad de la noche cae en sol (93).

Las cuatro edades (también elementos naturales o estaciones) se ordenan ahora en los siente días de la creación. Los textos se vinculan con las sucesivas máscaras que, recíprocamente, sirven para decorar el rostro y también para ver de otro modo lo mismo (que diría el también coleccionista Rubén Bonifaz Nuño).
Cada superficie vela a la vez que revela el cuerpo. También este se forma de piel, que abrigará las inclemencias que seguimos sufriendo. La violencia, así pues, es uno de los temas que atraviesan estas máscaras formadas por materiales que no siempre suponen el avance deseado. Asimismo, se rompen y, entonces, nuestra imagen se descompone, se pierde el hilo, el orden, debemos regresar al origen.
            Ahora que tanto se habla de la desaparición del Fonca y de los apoyos artísticos, acceder a este material que se liberó de manera gratuita hace unas semanas es una manera de conocer, entre otros textos, el trabajo de Sergio Pérez Torres, joven poeta que hace detonar en El museo de las máscaras un motivo tan presente en la lírica mexicana como es el doppelgänger o desdoblamiento para ser dos en uno. También podemos leer al regiomontano en el adelanto que de este libro ofrece Tierra Adentro o, de manera general, en Carruaje de Pájaros y Punto en Línea.

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