domingo, 6 de mayo de 2018

Lejos de juzgar a los espejos


La luz es funcional
solamente sostenida en el poema
Miguel Aguilar Carrillo

Lejos de juzgar a los espejos. Antología temporal [1973-2013] (2016) sirve para reunir buena parte de la obra de Miguel Aguilar Carrillo (Ciudad de México, 1954) en la editorial que fundó hace ahora diez años: Calygramma.

            El sugerente título de este libro ya nos recuerda al primer ganador del Premio Aguascalientes que acaba de celebrar sus 50 años con el Coloquio del Seminario, Juan Bañuelos y su Espejo humeante. En el caso de Aguilar Carrillo la doble reflexión de lo poético se desacraliza a través del agua como elemento natural. El mismo autor lo explica al principio, «A manera de prólogo»: «Los espejos muestran la imagen que tenemos de nosotros, una imagen diferente y distorsionada de la que tienen los otros de nuestra persona. El poeta percibe lo que considera su realidad y trata de expresarla en el poema y el poema responde y pregunta y vuelve a preguntar y a responder» (14). La perspectiva de la vida y de la poesía se entreteje y va modificándose. Los primeros textos que se incluyen son «Instantáneas» en forma de epigrama; a propósito de Ernesto Cardenal, presente en el epígrafe:

Tus actos en los míos
estarán por siempre en los poemas
–tal vez en las antologías.

Tus actos con los otros
quizá ni las crónicas de sociales
los recojan.
                                                               [1975]

Tus actos en los míos
estarán por siempre en los poemas
–tal vez en eso que llaman nube.

Tus actos con los otros
(tantos bites, tantas palabras)
quizá ni las redes sociales den cuenta de ello
                                                               [2013] (21)

Casi cuatro décadas después estos breves poemas reflejan cómo evoluciona la difusión, el canal, y se nubla ese horizonte ya fijo en una intimidad que alcanzará irremediablemente lo otro: eso que electrifica el cielo con la tierra a través del agua. Tales ciclos se advierten en «Penélope» (33): «Teje su himen por el día // Poco importa que algún pretendiente / lo desteja en la noche // Volverá a hilvanarlo // Espera / paciente su regreso» (33); donde el mito se regenera como ya hicieron Claribel Alegría o Enrique González Rojo Arthur. Vemos a Tezcatlipoca en «Realidad del espejo», poema que termina de este modo en sus endecasílabos rotos: «Y el otro, el ajeno, el humeante / rostro. Aquel que vive afuera de la superficie / nada le importa la sequedad de su contrario, / sólo tristes contornos, ámpulas muertas, / epitelio desbastado contiene. / Y en su separación marca la ruina» (50-51). Los juegos de palabras reponen las coordenadas que tradicionalmente se asocian al género literario que nos ocupa: «Ni el tiempo / en el templo destemplado» (55). También con humor y hasta descaro el propio autor reconoce «algo de Cernuda, del primer Pacheco y de un Octavio Paz mal digerido…» (12). Por momentos se enfrenta a la muerte en «Recados para mi padre», como hicieran Jaime Sabines o Juan Gelman; así como su Elegía por la sangre derramada (2011), dedicada a Javier Sicilia.
            Dicen que quienes escriben poesía muestran su verdadera obra, la más genuina y atrevida, al principio; que luego ya se contagian y se repiten. No es el caso de Aguilar Carrillo. Después de un tono y un ritmo naturalmente adquiridos por lecturas clásicas, al estilo de Francisco Cervantes, dialoga con la poesía mexicana contemporánea mediante propuestas desenfadas que veíamos desde Homero Aridjis a Julián Herbert. Pensamos en los «Autorretratos» (81). Como hiciera el acapulqueño, el que vive en Querétaro vuelve a proyectar su imagen años después en «Autorretrato de héroe (con Alzheimer)» (220-221). Otras referencias las advertimos en «Estudio con taxi y entraña lujuriosa», con Gabriel Zaid, o en «Composición escolar | Ecología», mostrando esa vertical preocupación por los animales que también tiene Vicente Quirarte. Las prosas o las metáforas cotidianas penetran el cuerpo y dan vida a los objetos: «el teléfono tirita / afiebrado» (125). Se vuelve al tópico manriqueño, a la manera de Raúl Renán, y lo visual alcanza el erotismo:

Este triángulo
es el sendero
por el que
llego
al
c
i
e
l
o

(152)

El sexo y la aritmética cala desde César Vallejo, a quien se homenajea en varias ocasiones; especialmente en «Monólogo del pensante» (222, la numeración parece casual). En este sentido se reescribe en verso un cuento de Julio Cortázar, titulado igualmente «Continuidad de los parques» (228). La intertextualidad le permite a este libro conectar referencias que forman parte indispensable de la formación de quienes integran no ya una generación, sino (como veíamos con Alejandro Higashi) una constelación que, con herencia-tradición y renovación, rinde incluso «Homenaje a J. A. J.» (257), José Alfredo Jiménez. Y es que, como reconoce el propio Miguel Aguilar Carrillo:

El recuerdo más sobresaliente de la secundaria fue cuando, al asistir a observar la Manifestación del Silencio de 1968, a los catorce años, un sardo me dio un culatazo y un “quítate, pendejo” por salirme de la valla. Desde entonces me dan terror los uniformados –tanto curas como militares– y llegada la edad comencé a frecuentar las cantinas, los únicos lugares libres de ellos (308).

Para Tadeus Argüello, «[e]l cuerpo, desde su dimensión estética, social y política propone una moral que el poeta cuestiona desde su laberinto» (302). Tales caminos que se cruzan y solapan cual palimpsesto que reverdece nos hace echar la vista atrás para ver los libros recogidos ahora en Lejos de juzgar a los espejos: «Imágenes ante un espejo» [1973-2004] pregunta por la vida de las sensaciones; «Ocupación de la nada» [1997-1999] recopila los trasuntos de la (solo) aparente banalidad doméstica; «Laberinto del cuerpo» [1998-2005], el tintineo del erotismo entre la carne; «Muchacha en la playa» [2004-2005], filosofía de la luz; «Vida completa» [2005-2009], reunión de afectos diarios; «Elegía por la sangre derramada» [2011], crimen que enmudece y altera la poesía; «La cosa en sí» [2008-2013]: el tema es el amor y sí es posible; y «Poemas dispersos» [2008-2013] actualiza el desorden.



Eduardo Langagne le dedica una cuidada reseña en la Revista de la Universidad de México: «A partir de ahí, el libro congrega diversos tiempos, épocas intermedias y sobrepuestas que nos obligan a mirar el recorrido del autor como en realidad son la vida y la escritura: no responden a una cuadratura exacta de periodos con fecha de inicio y término delimitada». Miguel Aguilar Carrillo desarrolla una cosmovisión desde el deseo, el humor y la brevedad; reafirmando una dimensión social que gana con el atrevimiento el compromiso literario.

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