domingo, 28 de febrero de 2021

Devocionario

 

Hace un par de meses Manuel Iris (Campeche, 1983) presentó Devocionario (El Taller Blanco Ediciones, 2020) con César Trujillo, Geraudí González y Néstor Mendoza: la vocación de su oficio manual y metafísico con el lenguaje de todos los días para singularizar la pasión por vivir siempre algo distinto.



            El autor de Los disfraces del fuego (Ediciones Atrasalante/ Consejo Estatal Para las Culturas y las Artes de Chiapas, 2015) o Historia personal (Cuadrivio / Secretaría de Cultura, 2018), del que hablamos ya en este blog, publica ahora en la editorial colombiana un nuevo libro que ya está disponible de manera abierta en esta página web junto a otras obras.

            En el prólogo, el también poeta mexicano Jorge Ortega profundiza con la solidez que lo caracteriza en «El oído y el son»: «lejos de merodear la sacralidad desde el vértice del arrebato místico o el afán de trascendencia, nuestro poeta tiene en la concreción de la vida el contrapunto de un ángulo de vocalización apremiado por hallar una respuesta, una reverberación, en el dorso de la realidad» (6).

            En tres partes ‒«Traducere», «Silentium» y «Devocionario (Religare)»‒ se estructura el libro que «debe ser leído mientras se escucha el Stabat Mater, De Arvo Pärt»:

 

 


 

Así lo hacemos, con el mismo compositor con que Iris nos pedía acompañar Los disfraces del fuego. Los 28 minutos de la composición coinciden con la lectura fluida, sin estropicios verbales. Efectivamente, la voz, contra el silencio, parece exhalar de una realidad creada por lo inefable, lo intangible, lo intrínseco.

            A la silente manera de María Auxiliadora Álvarez y la poesía venezolana que admira Iris, el poema se construye piedra tras palabra, frías y sólidas en contraste con el pájaro y el pez que se encuentran en un punto para hacerlo más visible. De tal modo lo expresa en «Confesión», poema que podría funcionar como bisagra y clímax del rezo (oración, en su sentido religioso, que cabe en un término: el último, espera):

 

Desnudo frente al mar

escribo

hablo con rabia

me rebelo:

 

mi voz ya no eres tú

sino mi voluntad de ti.

 

Un verso es una enredadera

trepando en la música,

un cuerpo hambriento

de su propia muerte

 

(todo canto es caníbal).

 

Nuestra saliva

es tinta

de la espera (39)

 

El deseo por asir con la tinta lo lejano. La irremediable espera ante lo sobrenatural, siendo carne sobre la carne (re)encarnada del lenguaje poético, “Misterio nuestro”: ejercicio sumamente atrevido que (como en el Bisturí de cuatro filos con «La Llorona») versiona (o, mejor, revela) el ser que acompaña y guía la duda:

 

Misterio nuestro,

hermano del silencio:

jamás revelado sea tu nombre.

 

Venga a nosotros tu dispersada calma.

 

Hágase música tu voluntad

en el alma y la piel.

 

Danos hambre de ti.

 

Perdona los poemas

que pretendan revelarte.

 

No nos dejes caer

en nuestras propias metáforas

y líbranos, Silencio

de cualquier certeza (48).

 

            Los poemas breves (algunos en prosa) acogen la pausa que los une, como cuerpos que continúan transmitiéndose infinita energía. Como la pieza musical, Devocionario altera el ritmo sin estridencias: fiel en todo momento a la armonía. Traduce el silencio, dos núcleos que atraen a Ortega y que une en la última sección con el proyecto original de este libro: oraciones sobre la poética del ser, más allá del cuerpo que capta, genera y recibe una obra artística.

            A pesar de las tradiciones que sobre la religión existen en la literatura hispanoamericana (y mexicana, en menor medida), este libro de Iris es singular por continuar siendo coherente con su manera única de concretar las abstracciones y desarrollar el hilo con el que reconocer el catálogo de textos religiosos que nos unen.

            Ello se vincula tanto con la continuidad con Los disfraces del fuego como con la filosofía que existe en la poética de Iris, que menciona César Trujillo en la presentación del libro. Nos acercamos a la poesía entonces desde la religión, desde fuera, como espiritualidad y transmutación de los seres que cultivan demás poetas de México (como Adriana Tafoya en su próximo poemario; aunque la de esta última resulta una variante mítica no religiosa). Entre lo metafísico y lo cotidiano, busca el más allá: la epifanía, revelación que advierte Alejandro Higashi en PM / XXI / 360º.

            Leer al poeta yucateco permite entender la vigencia que tiene la coloquialidad, estudiada por Carmen Alemany o Eva Castañeda, en la lírica actual. Pueden hacerlo en el Periódico de Poesía o en Nueva York Poetry Review.

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