domingo, 12 de septiembre de 2021

Manía

 

Francisco Alatorre Vieyra (Guadalajara, Jalisco, 1982) presenta en Manía (Universidad Autónoma del Estado de México, 2019) una serie de rasgos que definen la poética que mostraba hace un lustro, incidiendo en una singular manera de componer imágenes próximas a lo que estudiamos en este blog como dimensión cívica.




            Si por su primer libro, Ladakh (La Rana, 2015), mereció el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2014, por Manía recibió el 13° Premio Internacional de Poesía «Gilberto Owen Estrada» 2019. En esta ocasión, el jurado estuvo integrado por Raquel Lanseros, Flor Cecilia Reyes y Luis Felipe Fabre.

            La pandemia y la escasa difusión en redes han causado que este libro, que cumple dos años de su publicación, aún no tenga ni una sola reseña. Incluso sin pandemia y con insistencia en la autopromoción, muchos libros tampoco las tienen, pero me quedo con lo primero: ese terreno novedoso en el que todavía podemos transitar sin más palabras que las de su autor. Estas notas no van en el sentido contrario, ya que no desmenuzaré más que unas posibles relaciones que traza el tapatío con referencias que enriquecen la poesía mexicana contemporánea.

            Seis secciones conforman Manía: «Menta», «Teoría de los pergaminos marroquíes», «Zomer», «Lp», «Pista de hielo» y «Sistema». Más sobre la veracidad que sobre el concepto de verosimilitud giran los poemas, breves, con título. Se desdibuja en ellos la realidad, a favor del mito y el doble sentido que deja patente Anne Carson en uno de los epígrafes iniciales. Ahora bien, la lejanía con la existencia no implica una distancia en el lenguaje de quienes leemos; al contrario: dialoga con nosotrxs por volcar aquello que nos inquieta sin darnos cuenta: para resaltar, cual estética, la distorsión que nos caracteriza como seres humanos. Va, pues, de lo íntimo a lo público en el sentido de Luis Vicente de Aguinaga.

            Por ejemplo, desde un bello símil de la fragmentación (y el gusto por ella, que también supone esta lectura) a la manía por ver a través de la propia grasilla que genera nuestro cuerpo (como autoficción, quizá), llegamos a poemas que dan título a las mencionadas secciones. Establecen puntales en la poética, en estados alterados de la conciencia (a la manera que aborda Clyo Mendoza) que protagoniza la enunciación en primera persona.

            La poesía, entonces, como si leyéramos a Luis Eduardo García en una ristra que sostiene el hilo conductor de la manía (también) por escribir, resulta «una muñeca inflable / que estalla estéril en el aire // barrocas e insignificantes maneras de dormir // o casi» (24).

            Sintácticamente, se quiebra el discurso (a veces, ensayístico o dramático; híbrido, en cualquier caso, pero fértil, esta vez); y es esa, pues, la estructura de la publicación que nos ocupa: el gusto por descomponer lo que nos llega de una pieza aparentemente sólida. El ritmo de los paralelismos en líneas minúsculas sin signos de puntuación ofrece esa visión, teñida de un sugerente sentido del humor, crítico, ya presente en Ladakh. Este es uno de los poemas, cual tapiz, de la «La teoría de los pergaminos marroquíes»:

 

 


 

La percepción fundamenta la religiosidad de un ojo disperso, encerrado en la vocal que tan fácil nos dijeron que era hacer con un canuto. Un verano encierra diversos espacios, conductas que nos delimitan como sociedad. Una de ellas es la música, el sonido que vuelca quien escribe con la conversación del pensamiento. No habla pese a ello, consigo mismo. Las experiencias, las descripciones, terminan siendo lo mismo una superficie resbaladiza (en la que, no lo olvidemos, todo parece que se refleja o se tuerce) que un engranaje que nos soporta, básico. También en el poemario cobra importancia la mixtura de esas partes inconexas que la actualidad solapa en páginas como la que capturamos para terminar:

 

 


 

            En este libro advertimos la confluencia de la oralidad en una cosmovisión de lo habitable, tal como quedaba patente en Ladakh, disponible en Liliputienses. Con Manía se desarrolla dicha manera de aproximarse al mundo, sin aspavientos ni prisas; no parecen tales las costumbres de Francisco Alatorre Vieyra; sino la espera, la observación y la escucha. Léanlo, se encuentra en el repositorio de la UAEM y en Poesía Mexa.

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