domingo, 16 de septiembre de 2018

Trenzar el día


Trenzar el día (Calygramma, 2012) es un poemario en el que María Paz Mosqueda Cárdenas (San Diego de la Unión, Guanajuato, 1946) despliega una serie de fragmentos en prosa y una ristra de poemas cuyos versos encierran en el silencio la partitura de los sentidos

Gracias a Conrado J. Arranz he dado con una poeta de larga trayectoria que, sin embargo, apenas aparece en un par de notas locales o recopilaciones como la de Ojos mudos (2014). El libro que publicó en la editorial queretana, efectivamente, hila estática y estéticamente los juegos de palabras que a lo largo de una jornada dejan ver la belleza del mensaje, la poesía, de una rutina que desde lo cotidiano se acerca a lo barroco. Las libres interpretaciones se afianzan con frases y versos sin puntuación, con blancos como pausas, horquillas secas por las que fluye el verbo: «nosotros qué sabemos de ellos con estos frentes fríos o con alteraciones del segundo frente  y el que me importa de allá y el odio de acá y la subida del dólar y la gasolina      y la bajada de la uva y la del IVA y de la bolsa          en el mercado y de la economía         en concreto y del concreto nada que quitan» (12). La guanajuatense conecta personajes o motivos comunes a lo largo de historias breves o sensaciones particulares que, pese a la narratividad, difícilmente sabes a qué mechón corresponde ese que cuelga: «del deseo que lleva y trae el sabor de vivir en otra sombra más allá de un para qué en la cara          cerca del porqué en los párpados lejos del dónde de las cuencas  pozos de amor» (18).
Y uno de los aspectos que quizá más se vincula a la dimensión cívica que estudiamos es el de la sociudad. Mosqueda comienza así uno de los poemas de la serie que da nombre a Trenzar el día:

Andamos dejando huellas por todas partes
matando los insectos en las banquetas
encima
a un lado y otro del hormiguero
enfrente del semáforo
tomamos aire salimos por el túnel de los gusanos
[…] (29)

El ritmo incontinente se desacelera por las manchas que marcamos entomólogamente en la superficie de la existencia: espacio urbano que discurre en las capas hondas de la ciudad, en los vicios / hábitos de la rutina / asfixia. En la estación de metro «se adelgaza en el silbido de las cigarras / es inútil pedir silencio al grillo / al sudario que flamea santo / a las cigarras que huelen la luz / y las detengo» (38). Y de nuevo: «Dejamos huellas en el hormiguero / salimos por el túnel lleno de insectos / todos a la vez y al mismo punto / en estampida / a nuestra selva / donde se quita el hambre / y germina en la sed del que ha llegado» (51). De manera ecocrítica, la vista se nubla y espejea la luz: «en el misterio del verde que escasea / espejeando en el agua resumida» (27). Los elementos naturales están en peligro de extinción: «hoy y mañana / un clamor le amanece / espejeando en el agua resumida / donde la oscuridad ve en la noche orlas de concierto» (31).
            Calygramma nos ofrece un lugar en este canto, que es esquina y coro extraordinarios.

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