domingo, 4 de agosto de 2019

Margarita Paz Paredes, Memorias de hospital


porque de pronto la tristeza
se vuelve una palabra tonta,
como si fuera un trapo
definitivamente inútil.

Margarita Paz Paredes (93)

Ya es posible entender la desazón y el compromiso de Margarita Paz Paredes (1922-1980) con Memorias de hospital ([1983] 2018) gracias a la segunda serie del Archivo Negro de Poesía Mexicana de Malpaís ediciones, donde viene el estudio introductorio de Jocelyn Martínez y Diego Alcázar, miembros del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea.

            Como es habitual en las entregas que estamos comentando, la introducción atiende a la vida, a la crítica y a la obra que seleccionan Gabriela Astorga, Iván Cruz, Benjamín E. Morales y Santiago Solís, con la indispensable ayuda de quienes heredan los derechos de la poeta. Ahora bien, destaca en este caso la labor de Martínez y Alcázar por la precisión y la claridad con la que ordenan la información, la interpretación y los juicios diciendo lo máximo con lo mínimo. Parecen contagiados por la capacidad que la guanajuatense tenía para organizar la sintaxis y las cuestiones entre la vida y la muerte que conectan con quien lee, siente y se compromete. Tales son los dos rasgos que descuellan en la obra que vio la luz en los inicios de los ochenta justo antes de que Paz Paredes muriera: la limpidez y el compromiso social del verso. Es un caso, entonces, de la dimensión cívica que venimos trabajando. Sirva como ejemplo el último párrafo de la introducción:

Llena de vida, la poesía de Margarita Paz Paredes sabe combinar la esperanza con la desolación, el amor social con el recuerdo doloroso de la ciudad, el registro de las injusticias con la sorpresa del nuevo día; en suma, su poesía reúne lo descarnado y lo pulcro, porque ella supo que así está configurada la vida (29).

Lo primero que me viene a la cabeza con este aséptico título que mancha hasta el final cual oxímoron (14) es la serie de poemarios que últimamente se vienen publicando sobre la enfermedad, la despedida, la soledad ante la muchedumbre. Jocelyn Martínez y Diego Alcázar comparan Memorias de hospital con textos de Ortiz de Montellano y Viel Temperley; y asimismo pienso en Esfinges de hojarasca (2015) de Heber Quijano, La miel de los felices (2016) de Vicente Quirarte o Debe ser un malentendido (2018) de Coral Bracho.
            Estamos ante un poemario que sigue un hilo conductor (la vida desde el lugar más cercano a la muerte). Sus diez poemas presentan múltiples recursos para entablar desde la primera persona un diálogo con quien recibe el texto. Entre las constantes preguntas, sorprende la que cierra el poema V: «¿cómo demonios continuar el cuento?» (50). Y la historia narra la desolación y la esperanza ya apuntadas mediante la lírica, no hay duda. Se logra el verso sin desatender el ritmo y las rimas internas presentes también en sus poemas memorables. Así comienza el poema II:

¡Seis de la tarde! ¡Urgencias!
En silla rodante me conducen
por largos corredores donde se abren y cierran
puertas traga suspiros y llantos y súplicas y gritos (44).

Fíjense, si no, en el desplazamiento del cuerpo que mecánicamente avanza por la polisíndeton («por esos largos corredores donde se abren y cierran / puertas traga suspiros y llantos y súplicas y gritos»): umbrales que repiten el sonido en las tríadas sustantivas hechas binomios dentro del verso y de la escena (tarde/rodante y cierran/puertas y suspiros/gritos). Algo similar a la sinestesia onomatopéyica que enseguida nos hace oír e imaginar en la estridencia muda «de fosforescencias cóncavas» (51). La maternidad en la que se detienen Alcázar y Martínez hace de Paz Paredes precedente del tema que tanto reconocimiento está teniendo en la poesía mexicana contemporánea de la mano de Esther M. García o Ivette Luna Flores en Bitácora de mujeres extrañas (2014) y Comunidad terapéutica (2017), respectivamente.
            El anonimato de las camas de hospital y las instrucciones que se pierden («El “40” al Quirófano. La “32” que grite / cuando quiera, porque aún no es tiempo», 49) contrasta con el lirismo de la talla de un alejandrino como «envuelta en esa niebla profunda del olvido» (62) o el endecasílabo sáfico con acento, claro está, en cuarta y sexta sílabas, ya en «Otros poemas»: «sobre un aciago páramo de sombras» (71). Y damos al final con lo cívico y el compromiso y la poesía tradicionalmente etiquetada como social (independientemente del activismo político o la muestra ideológica). «Hoy no ha pasado nada» es un poema que se ubica en la urbe, ese otro espacio que, de la misma manera que el hospital, presenta distintas dimensiones para mostrar la habitación o la casa como ciudad pequeña en la que la intrahistoria del hambre y la pobreza retrata una nación, un Estado; pero es en «Esta ciudad que alguna vez amamos…» (88-91) donde la estrofa final, con reticencia, describe una situación indefectiblemente vinculada con la fecha que cierra el poema, el día del Halconazo:

Y las plazas desiertas,
nada más con el rastro de hierros implacables
y con su hedor de pólvora maldita;
corroyendo las tumbas anónimas,
las tempranas semillas que no fructificaron.
¡Ah!, si al menos esta vergüenza fuera colectiva,
si esta frágil memoria
saltara de la frente al pecho endurecido
y arrancara la costra del recuerdo;
si tanto amor a la ciudad que alguna vez fue nuestra
pudiera convertirse
en una catarata desbordada de odio;
entonces, sólo entonces,
derrumbados los muros absurdos del olvido,
estremecida la impotencia,
el grito liberado,
volvería a convocarnos
la maldición oculta
bajo la trampa de olivos traicioneros.
[…]

México, 10 de junio de 1971

Y continuarán así las marcas que podríamos destacar de Margarita Paz Paredes gracias a presagios y demás textos, hasta dar con el grito, los perros y los aullidos que dan la mano al suicidio de los cuerpos, por ejemplo, de Max Rojas. De tal modo se cumple lo que señala Efraín Huerta en el breve prólogo de Memorias de hospital: «dio vida a los mexicanos asesinados y a quienes murieron en santo olor de amistad» (40). Tal reivindicación se distingue de manera explícita, tras las palabras con las que Alfredo Cardona Peña introduce Presagio (poema que, pese a estar fechado también en 1979, un año antes de su muerte, acompañaría en 1983 al libro que da título a esta edición), en los «Otros poemas».
Sigamos esperándolos y leyéndolos.

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