domingo, 25 de agosto de 2019

Carlos Eduardo Turón, La libertad tiene otro nombre


La poesía,
agrava riesgos.
Conspira y abre barricadas,
revive incendios,
reanuda sediciones.

Carlos Eduardo Turón (41)

Carlos Eduardo Turón (1935-1922) y su poemario La libertad tiene otro nombre ([1979] 2018) forma parte del Archivo Negro de la Poesía Mexicana de Malpaís ediciones que venimos comentando. En este caso, el compromiso y el concepto de patria «graznida» (64) se repiensan con un estudio introductorio de quien más prólogos ha preparado para este archivo en sus dos series, Jorge Aguilera.

            Supe de Turón por Iván Cruz y Daniel Téllez al estudiar la poesía homoerótica. Ahora bien, con Aguilera entiendo que sus líneas se abren a múltiples realidades que tienen que ver con el 68 en Tlatelolco (63), la dimensión cívica y el compromiso que el propio Aguilera tan bien ha investigado a partir de Carlos Gutiérrez Cruz o Roberto López Moreno.
            Aunque son mínimos los acercamientos que existen sobre el poeta michoacano, podemos leer su obra en Letras Libres, Círculo de Poesía o Isliada. La mayoría de referencias se debe al Premio Xavier Villaurrutia que consiguió por este libro en 1979. No obstante, su difusión fue mínima; de ahí la importancia de esta reedición. Según Jorge Aguilera:

creemos que una razón más para que este libro cayera en el vacío crítica de la época es que los temas y estilos que la poesía mexicana de esa década estaba construyendo impidieron una lectura comparativa: por un lado, la cimentación de un discurso poético trascendentalista fundado en el ideario del sobado tono crepuscular de la poesía mexicana impidió observar las virtudes de un libro cuyo estilo cuidado en su construcción y versificación estaba demasiado a ras de tierra como para inscribirlo en dicha tradición (18).

El hombre nuevo que planteó el Che Guevara continúa en este renacimiento que propone Turón sin más alardes que el verso claro y medido. Se acerca al tono coloquialista que tanto éxito siguen dando a demás poetas. Las cuatro secciones que integran La libertad tiene otro nombre («Todo», «Todo tiene otro nombre», «Tiempo de verdugos» y «Cielo abierto») son comentadas de manera precisa por el crítico, destacando que las tres primeras forman parte del contexto del movimiento estudiantil y fueron compartidas por esos días en la Facultad de Filosofía y Letras con José Revueltas, íntimo amigo de Turón, que firma la «No presentación» con juicios como este: «ni el amor ni la poesía son palabras, sino una cosa sola, la palabra; ese milagro, ese desequilibrio, esa locura, ese extravío por los caminos del ser» (90). La última sección está fechada una década después, en 1978. Recordemos el hincapié que ese mismo año de 1979 hacía Alaíde Foppa a propósito del lenguaje, la ética, la estética, la patria y la lírica. Quizá sirva el arranque de «Todo» para ver esa atmósfera que intuíamos en Juan Bautista Villaseca:

I

Todo lo que es barato y descompuesto,
solterona de pie en mercería sin sueños,
espera, en luz de ciego, rebeldía.
Su piel quebrada busca
el mediodía del celeste tatuaje
y su andanza termina
en el grito alienado del espejo (39).

El «grito alienado del espejo» representa un mensaje para ser dicho en voz alta, pero sin estridencias. La armonía se consigue con rimas internas sobre la insurrección (rebeldía) y el tiempo (mediodía), así como asonantes en pos de la silva. Y los heptasílabos dan la mano a los endecasílabos hasta concentrar en un mismo verso tales metros. Los advertimos, por ejemplo, más adelante, en la especificación de «Todo tiene otro nombre»: «el transeúnte, ajeno a cuanto pasa, en cosas de la lluvia» (46); distinguiendo un verso de siete («ajeno a cuanto pasa») y otro de once sílabas («el transeúnte en cosas de la lluvia»).
            ¿Y dónde queda la temática homosexual? De manera implícita podríamos hallarla en el poema que comienza con el verso «Quiero decirte cuánto te amo» (51). No queda claro si el sujeto y el objeto, emisor y receptor, son masculinos; pero sí la censura y el tabú: «por ti guardo silencio» (51). Ya en «Tiempo de verdugos» la sonoridad alcanza el «estiércol de heresiarca» (68); «Soy culpable, sin dudad, de tener un amigo / y mi amigo es culpable / de buscar una luz en carne viva» (75). Mientras que en la última parte, «A cielo abierto», las referencias son cada vez más claras: «Un Dios abominable separa a los amantes, / y quiebra a la alondra con su quijada de asno» (85); «Caín Abel, amigo mío que amo, es preciso escondernos» (86).
Terminamos con esta nuestra lectura de la segunda serie. Hemos seguido un orden azaroso, pues cronológicamente este libro de Turón debería de analizarse mucho antes; sin embargo, lo dejamos al final para continuar con el estudio homoerótico y las sediciones que sigue reanudando Malpaís ediciones. No se pierdan la presentación del Archivo Negro a cargo de Jocelyn Martínez, Diana del Ángel y Arístides Luis en Pachuca, en la Feria Universitaria del Libro de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo: será el 29 de agosto a las 14 h.



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