domingo, 19 de diciembre de 2021

Cosas comunes

 

Cosas comunes (Liliputienses, 2020) es el reciente libro que publicó Zel Cabrera (Iguala de la Independencia, Guerrero, 1988). La edición española parte de la que vio la luz en México con Simiente un año antes: mantiene en cualquier caso, el lirismo de lo cotidiano, con cierto equilibrio, en cada una de las postales especulares.





            Un par de reseñas destacan en la web, algo que no es habitual en el género literario que nos ocupa. Por un lado, Marina Casado comparte en Los Bardos una lectura en que anota la «experiencia personal para alcanzar un mensaje universal»; mientras que, por otro lado, un mes después, José Luis Regojo en Poémame incide en la aparente sencillez de esta declaración de intenciones: «Aunque escritos cronológicamente antes que Una jacaranda en medio del patio o La arista que no se toca, la voz de Zel muestra una prosa poética que revela lo obvio».

            Cabrera organiza los veintiocho textos tras la cita de Sharon Olds: «los poemas / colgaban pesados como furtiva caza de mis manos». Al alcance de las de cualquiera se hallan las imágenes íntimas que explican un sentir colectivo: tal parece resultar el fin de lo poético para Casado o Regojo.

            Desde el cuestionamiento, mediante la caricatura, de estereotipos femeninos o miradas indiscretas profundiza coloquialmente (del modo en que mejor parece horadar la realidad) en temas como la maternidad o la jornada laboral. Sirve de ejemplo la penúltima estrofa del poema titulado «Cortarse el pelo es despedirse» ‒cual copulativa destacada por Casado a propósito de las greguerías‒, cuyo epígrafe es de Robin Myers, cada vez más ligada por su influencia o sus traducciones a la poesía mexicana contemporánea:

 

Soy cualquiera que quiere olvidar,

me corto el cabello

y mi fuerza se afianza

en lo que ya no tengo,

en la ligereza de andar por la vida

con el cabello un poco más corto (17).

 

La pausa asintomática del sujeto poético que retrata a una generación perdida simula los pasos que da el lenguaje para hacer de la rutina un hecho paralelo a lo ordinario. Al estilo de bagatelas se suceden las minificciones de tinte autobiográfico. En ellas el perro estría las acciones, araña el hambre o el insomnio. Personaje secundario de notable vínculo con la ecocrítica, redefine el amor: tema universal que parte, otra vez, de lo mínimo.

            Así pues, desde la madre a un viernes, pasando por el fin de año, el abandono, el viaje y lo que se ve desde la ventana a lo que se oye (o no) y lame dentro de casa, la enunciante expone una vida con la que es fácil identificarse y de la que te ríes con satisfacción pese a la crisis epistémica que relata en la serie que conforma Cosas comunes.

 

 


 

            Liliputienses acerca voces que llaman la atención de Daniel J. Rodríguez y demás personas que esperamos leer un catálogo al que se unen poetas como Horacio Warpola o Andrea Alzati. Pueden saber más de la poeta guerrerense, autora de Perras, en La primera vértebra, Tierra Adentro, Periódico de poesía, El Humo o Hablemos escritoras.

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