domingo, 9 de agosto de 2020

Ñu´ú Vixo / Tierra mojada


Ñu´ú Vixo / Tierra mojada (Pluralia Ediciones / Secretaría de Cultura, 2018) es, por ahora, el penúltimo poemario de Nadia López García (Oaxaca, 1992). Hace unos meses, durante el confinamiento, fue liberado por la Secretaría de Cultura. Una de las poetas más activas y relevantes en tu’un savi (quizá junto a Kalu Tatyisavi), presenta en edición bilingüe al español y con ilustraciones de Cuauhtémoc Wetzka una serie de textos breves que nos permite estudiar la construcción identitaria de los sujetos emergentes que investiga Diana del Ángel.

            En los días de cuarentena me enganché a la oaxaqueña por la plática que ofreció en Facebook gracias a la UNAM. Entonces me sorprendió enseguida la capacidad de la poeta para conseguir en las dos lenguas, la mixteca y la española, el ritmo que explica desde lo cotidiano una genealogía del tercer milenio que no desatiende las tradiciones que nos conforman.
            Ñu´ú Vixo / Tierra mojada recibió el Premio a la Creación Literaria en Lenguas Originarias Cenzontle 2017. Algunas notas publicadas en Aristegui Noticias, Chilango o La Vanguardia dan fe de los méritos de quien nació en Santa María Yucuhiti, Tlaxiaco, Premio Nacional de la Juventud 2018 en la categoría de Fortalecimiento a la Cultura Indígena y directora del cortometraje El tono o de la Revista Cultural Mexbcn de Barcelona; señalando que la lengua de la lluvia, el tu’un savi, ofrece giros más ricos para la lírica que el español.
            El prólogo de Irma Pineda destaca también la experiencia fronteriza que vivió Nadia López García al viajar a Baja California con su familia, antes de empezar a reivindicar su lengua, fértil pese a todo:

conmueve las entrañas de quien lo lee, pues desde las voces femeninas va revelando los detalles que le dan sentido a la vida, los rituales con los que se recibe a los muertos; los que ayudan a las mujeres de alma enferma a quitar de su vida el dolor o la tristeza; los que sirven para que la lejanía y la ausencia lastimen menos; asimismo refleja la condición opresiva que siguen viviendo las mujeres en la comunidad (6).

El fruto, los sueños, el vuelo es este poemario dedicado «Na ñá’ an ku’u ve’é / A todas las mujeres de mi casa» (8) y compuesto de quince poemas breves que reivindican la lengua y los sueños de esa recuperación originaria que configura la enunciación a través de las voces de la madre, la tía, la bisabuela, la comunidad.
            El poemario arranca con el cempasúchitl como símbolo de la muerte: flor intensamente naranja que despierta el olor en torno a la colectividad que celebra a quienes nos precedieron. La tierra recibe las lágrimas que, sin embargo, no enmudecen el canto de los pájaros. La lengua de la lluvia («Lluvia de voces») espera el regreso, la voz que la origina. El tono calmado suena al goteo que va acumulándose en los últimos años para retomar ese tópico manriqueño que caracteriza a buena parte de la poesía mexicana contemporánea. Acciones como la de Nadia Ñuu Savi hacen que fluya la riqueza del género literario que nos ocupa.
            El viaje de regreso a Oaxaca recorre este libro para reconocer lo propio desde la distancia que se acorta. Se trata de un proceso de escritura: verbalizar la identidad, crearla, creer en ella, representarla. El lenguaje en primera persona transmite la singularidad que nos une como colectividad, al tiempo que que describe escenas particulares, intrahistorias, que configuran lo doméstico a partir de una cosmovisión no conquistada por el español y el heteropatriarcado. Conviven ambas lenguas en el poema «Kue’e tachi / Viento malo»:

Yu’u kuaki’vi kue’e tachi,
kinuú tokó me ra ke’e me tsa’a.
Kumani savi.
Me pa kachi ñá’an koi iin má’na,
yee kutu’uu staa ra cafe
yee kutu’uu mee koi kachi.
Me pa kachi koo chaa ñá’an
mee nanalu kuaku koo ña’an,
nutsikaá ra yu’ú.
Vichi kachi me siví antivi,
mee saa ñá’an,
ntiki tsaa.
Tu’un me nchacha
me ñu’ú vixo (20).

Me entró por la boca el viento malo,
bajó por mis caderas y tocó mis pies.
Hace falta más lluvia.
Mi padre dice que las mujeres no soñamos,
que aprenda de tortillas y café
que aprenda a guardar silencio.
Dice que ninguna mujer escribe,
soy la niña que lloró la ausencia,
la lejanía y el miedo.
Hoy digo mi nombre en lo alto,
soy una mujer pájaro,
semilla que florece.
Las palabras son mis alas,
mi tierra mojada (21).

La complejidad de la lengua tonal, nasal y glotal se vale de versos breves para utilizar las naturales aliteraciones de las expresiones que atienden básicamente a dos de los elementos, el agua y el viento, que provocan un sonido a tenor incluso de ciertas repeticiones a final de verso como «tachi / [...] savi / [...] kachi». El vientre remite al centro, al ombligo del que partimos (y que da nombre con la luna a México), alegoría materna y acuosa que da hasta la boca para el canto, simbolizado ahora por el colibrí al final del poema «Ñá’an / Madre» (22, 23) o mostrando la continuidad, el hilo conductor, al principio del siguiente poema «Ñu’ú / Tierra» (22, 23). La Madre-Tierra reivindica la fuerza de la naturaleza (con los elementos descritos) para las creencias del pasado e incluso como perspectiva ecocrítica para el cuidado, la habitabilidad, alarma en este siglo.
            Clave para adentrarnos en la complicada alegoría (aparentemente sencilla por la coloquialidad con la que llega al español) resulta el final del poema siguiente, «Yo´o / Raíces», pues «Nuu savi, tsaa / En la lluvia, florecemos en el otro» (26-27) demuestra la fuerza de significados que recoge el término «tsaa», quizá, fin de la poesía: florecer como sujeto plural en otra persona.
            Asimismo, se ligan las expresiones que remiten como paronomasia a la tierra y al corazón, considerados posiblemente sinónimos al final del poema «Ntaa / Manos» un verso (dividido en dos pentasílabos) en el que predomina (en las dos lenguas) la vocal u, cuenco gráfico, visual, y sonido que encierra un soplo, un deseo: «Kuntukú ñu’úku, kuntukú iniku / Busca tu tierra, busca tu corazón» (28). El poema germina, cual «Ntiki / Semilla» (34):

Vichi me ini naa ntakoo:
nuu ichi mee ra yó’ó
mee savi chikui
nuu chíi ñu’ú.

Hoy mi corazón ha despertado:
en este camino,
soy agua de lluvia
en tierra de siembra.

La lluvia es la sangre de comunidades en las que la imposición del español no las cancela. Así empieza el penúltimo poema, «Nií / Sangre» (36-37): «Me tu’un kitsia chikui, / nuu. // Mee koo yo’ó / saí ñuu savi» (36) / «Mi palabra viene del agua, / está viva. // Yo también estaba aquí / cuando se fundó el mundo» (37). El final presenta por primera vez el título de igual modo en español y en mixteco o tu’un savi: «Savi» (38-39); recuerda a las mujeres despojadas de su lengua, alineadas con el río, el cielo, la tierra, el florecimiento, lo sagrado; ofrece finalmente una posible metáfora: ¿Por qué no entendemos la Lluvia (Savi) como el proceso por el que lo femenino (-a) se engendra a partir del líquido (elemento natural básico) que riega la base (la tierra) como savia? Su origen, nos lo dice el DRAE, es otro: «Del port. seiva, este del fr. sève, y este del lat. sapa 'vino cocido', 'arrope'»; pero la creencia irriga y arraiga.



            No hay referencias explícitas al mundo precolombino o novohispano; la convivencia de ambas culturas se da por los elementos naturales, por la alegoría de la feminidad que da origen como lengua en la tierra. Por tanto, estamos ante una poeta que podría incluirse en el proyecto CORPYCEM; no por ser mixteca, sino porque desde una lengua distinta al español también es posible verbalizar esas recuperaciones que siguen produciéndose también en la lírica. Sigamos al tanto de los trabajos al respecto de Miguel Ángel Gómez. Mientras, podemos seguir escuchando a Nadia López García en el SoundCloud de Pluralia Ediciones o leyéndola en Punto de partida, Círculo de Poesía, Milenio, El Oriente, Letras-Uruguay o La orilla de los pájaros.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario