domingo, 13 de octubre de 2019

persona


persona (Almadía / Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2019) es el poemario con el que Yolanda Segura (Querétaro, 1989) logró el Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes 2017 junto a Loca, de César Cañedo. Reflexiona sobre la identidad humana al tiempo que afianza la antisolemnidad lírica que venimos observando en la poesía mexicana contemporánea.


            Las herramientas de las que dispone Segura para estudiar la filosofía del ser humano en la contemporaneidad, tal como lo aprendo de ella desde el Coloquio del SIPMC en San Luis, establecen un punto de partida para la lírica que, pese a su originalidad, dialoga con el compromiso, el atrevimiento, la interdiscursividad y la coloquialidad de poetas como Sara Uribe o Eva Castañeda. Con la primera nos hablaba hace unos meses en El Paso de este oficio para Bitácora de vuelos: «conviene desromantizar la idea de que leer te hace mejor persona. Te genera una visión crítica y te puede y te puede llevar a cuestionar el mundo, pero la asociación (algo que veo mucho últimamente) entre cultura y bienestar deja de lado necesidades mucho más urgentes»; mientras que la segunda reseña el libro para el Periódico de Poesía: «Persona es una larga meditación, un diálogo con otras y otros, una pregunta múltiple, una llamada de atención para mirar el texto poético desde otros derroteros, un lugar al que asistimos para reconocernos».
            Colindando con el ensayo y la el quiebre sintáctico que también caracterizan a las anteriores autoras, la queretana hace gala de numerosos registros tipográficos (negritas, cursivas, sangrías, subrayados, degradado de tinta, espaciado, etc.) para discurrir sobre los tipos de personas y los interrogantes que esta plantea en los tiempos que corren. Por lo general, en el texto central el discurso fluye, mientras que en los márgenes o en los límites la persona se robotiza. Es también irónico, si no cómico, que en la parte inferior de la página, justificado a la derecha, aparezca un texto sobre las muñecas rusas, pero con el nombre tachado: «una mamushka contiene en su vientre / la totalidad de las mamushkas / porque no hay mamushka que no tenga / una mamushka adentro / (iannamico, 2000, p. 9)» (22). Es la cicatriz con la que Lorena Huitrón empezaba Una violencia sencilla (2017). Salvo la segunda, el resto de elipsis no impide el verso gramatical. Nos encontramos ante el discurso obliterado que estudiamos con Higashi a propósito de la filosofía de tres casos particulares a los que se podría sumarse persona. Pese a que la técnica no se repite en demás textos, sí se censura la violencia del cuerpo mediante el portugués que veíamos en su libro O reguero de hormigas (2016), estudiado por Uribe junto a otras poetas jóvenes.
            Es minúscula la diferencia entre las personas humanas y no humanas. Al menos según la información que se comparte y, especialmente, a tenor de los crímenes que sufre el país que nos ocupa; ya que «[…] también se llamaba Sandra ese sujeto femenino de diecinueve años que fue descuartizado por un hombre que había ido a las olimpiadas de matemáticas […]» (47). La denuncia ya no exclama. Pensar es, ahora mismo, el rasgo que caracteriza a las personas. Se replantea el concepto de patria que estudia el ya mencionado Higashi en iMex. De tal modo incide el sujeto poético, que entendemos como persona pero que también cabría la posibilidad de generar una serie de algoritmos a la manera del Test de Kinsey que actualizaba en su anterior Estancias que por ahora tienen luz y se abren hacia el paisaje (2018): «¿cuántas personas viven en un zoológico? / ¿cuántas personas vivieron en una embajada? / ¿cuántas personas vivieron en la residencia oficial de los pinos? ¿cuántas personas hacen un país?» (53). No es casual entonces que los campos semánticos se vayan vinculando desde animales, a personas que ocupan la embajada, el gobierno y, con perdón, el país.
            Un silogismo en forma de esquema estructura o, mejor, sintetiza la teoría que, desde Benveniste (o «benveniste», 62; vale ya de grandilocuencia) sostiene el poemario, para, en la siguiente página, concentrar una máxima popular que colinda ahora con la otredad y el sujeto poético desde la primera persona: «por mí y por todas las terceras personas» (63). Las fases para el experimento que señalaba Elisa Díaz Castelo en Principia (2018) pueden ser con la investigación/poemario de Yolanda Segura (74):

buscar    ►pruebas en la junta de valladolid                (1550)
                ►pruebas en la declaración de los
                    derechos de la mujer y de la ciudadana    (1791)
                ►pruebas en el movimiento por los
                    derechos civiles                                              (1955)

Como no hay mejor manera que sentir la poesía que en comunidad, a pesar de lo que románticamente se cree, escuchemos a personas hablar de persona.


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