domingo, 26 de enero de 2020

Gerardo Villanueva

Imagen de La Chula Foro Móvil
Gerardo Villanueva (Guadalajara, 1978) viene en el archivo de Poesía Mexa para gusto de quienes buscamos respeto, conocimiento y frescura; es decir: herencia, tradición y renovación en la literatura. Esta semana se incluyeron en el repositorio digital dos de sus últimas publicaciones: Feu G. Rare (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2016) y Calabozo cuatro (17-19 de abril, 2010) (Periferia de Escribidores Forasteros, 2018).

            Empecé a interesarme por la poesía mexicana a causa de un homenaje que Vicente Quirarte, entre demás especialistas, le hizo en 2011 a Fernando Benítez. Esta figura indispensable para la historia de México, según Mauricio Pérez y Selena Guadalupe Peña Salgado en Grafógrafxs, la revista de literatura de la Universidad Autónoma del Estado de México,

repetía una y otra vez a sus alumnos (y al guardaespaldas que siempre lo acompañaba al salón) que la escritura y el boxeo eran dos actividades muy parecidas, puesto que tanto el púgil como el escritor deben practicar a diario si pretenden permanecer de pie; el primero debe golpear costales y peras sin descanso, saltar la cuerda; el segundo debe propinar golpes al teclado sin pausa, sin piedad, con estilo, decía el maestro, mientras daba brinquitos y lanzaba derechazos al aire para adornar su dicho, lo que era hilarante. Aquel profesor tenía razón: es necesario ser constante para enfrentar sin miedo a un gladiador con guantes o a una hoja en blanco.

Vencer a la blancura de la página es derrotar (que no hacer perder) a quien se sitúa enfrente (que a veces eres tú). En este sentido el último libro del tapatío, publicado hace un par de años, se fecha hace ahora diez; de ahí que empecemos por ahí, amén de la posible conexión que se puede establecer con un poemario único sobre lucha libre, Arena mestiza (2018), de Daniel Téllez.


            Por un lado, Calabozo cuatro «relata, por medio de enunciados y versos ordenados, la historia del boxeador venezolano Edwin “El Inca” Valero», en la palabras de la ya citada Peña Salgado. Esos «versos ordenados» logran el ritmo con un sujeto lírico, el protagonista del poemario, en primera persona, en los tres últimos días de su vida, en Valencia, Venezuela. Se sucede entonces una prosa que encierra recuerdos, victorias y sinsabores comunes a cualquier ser humano:

Hay algo adentro de mí que tengo que volcar sobre alguien. Para ello, vuelvo al patio puericia. Quizá por eso compré casa en Bolero Alto. Vuelvo en perturbación de socios del recreo porque me negaron mi niñez y destrozo, aperos, juguetes, objetos que no existieron (16).

El ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2012 recrea así las escenas de un deportista a la manera de Téllez, con un acento más por puntos que por KO. No obstante, también hay espacio para la autobiografía, el recuento en unos lúcidos versos:

Y
por sobrenombre,
por insistencia, añadidura y repetición,
por martilleo, por
sobretodaslascosas
me llaman El Ínca y eso que
no vengo del Perú.
Y aunque aspiro ser
quebrantahuesos,
portar
por contraseña, por contraataque
dinamita por horrísono,
en ardid metralleta,
por veloz, en combinación:
Hammer, The Jackal, The Ripper,
cortos se quedan al nombrarme así
[…] (18)

Una imagen manuscrita de Venezuela complementa el texto: la memoria y el sueño en las últimas horas de este espacio cuadrangular que encierra. El monólogo escucha algunas voces propias de cualquier acción individual. Es el cerebro frío que contraataca en la calidez del pulso. Luego una adenda convierte Calabozo cuatro en una experimentación del discurso (que no de la enunciación) y del tema (cada vez más presente en la lírica de México). Escribe sobre el boxeador pero también sobre la violencia que se extiende más allá del ring. Otra voz más serena, quizá en las últimas horas, como pensamiento de cierre, reconoce rompiendo la sintaxis que «escribo sobre Valero habría dicho, pero no» (25); amén de una nota biográfica: «Murió por aparente suicidio el 19 de abril de 2010 en los calabozos de Valencia, Carabobo, donde estaba encarcelado luego de confesar el homicidio de su esposa Jennifer Carolina Viera, dos días antes».
            Por otro lado, la cervantina colección Ínsula Cuadernos de escritura de Armas y Letras. Revista de literatura, arte y cultura de la Universidad Autónoma de Nuevo León, coordinada por Jessica Nieto, se abre con un epígrafe de la académica francesa Florence Delay y con una declaración de intenciones al estilo del reciente trabajo de Andrea Alzati: «de fuerza. Cuchillos —entre otros / punzocortantes— ya no / están / prohibidos» (13-14). Se trata de un modo de acceder a la parte interna de la anatomía y del poema. Para ello el bestiario es un catálogo que retrata Feu G. Rare: tratado médico del siglo XIX en Francia que repiensa el sueño de la razón y reescribe la biografía de Nerval con las rarezas de la pasión y el veneno. La oscuridad de Goya se ilumina en poemas breves sin título; como es habitual, en verso libre. Así como en prosas e intertextualidades en otras lenguas y demás géneros hasta dar diecinueve textos con un hilo conductor fino, fantasmal y abrasivo. La hibridez produce monstruos, bellos, un nuevo lirismo. Se vale entonces incluso de ensayos como el de «Ana Paula Sánchez-Cardona. Retrato y Negación. Gérard de Nerval ante su propia imagen. Universitat Pompeu Fabra. Revista Forma. Vol. 02. Año 1. 2010» (22). La metapoesía no está exenta de gracia en poemas como el XV:

La G —con toda su geometría—
tiene, por debilidad, una rendija.

G ¿de qué?, se pregunta Gérard—
De N. Quizá de galavardo.

Por el intersticio de su letra capital
se marcha un poco del acaso,

entre la niebla de un invierno
prematuro. (33)

El enigma sugiere e impone cuando menos varias lecturas. El desdoblamiento del sujeto poético y de su estructura deforma la convención. El fundador y coeditor de la revista literaria electrónica Luzzeta es una isla en el rico panorama de la poesía mexicana. Entre la investigación y la irreverencia hay que escucharlo.

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