domingo, 24 de mayo de 2020

Tequila a Gogó


Tequila a Gogó (Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas, 2018) es un poemario de Jeremías Marquines (Villahermosa, Tabasco, 1968) tan peculiar como la historia que lo motiva. Los fragmentos de esta ruina, del pasado, son objeto para un lenguaje, sin embargo, límpido y sugerente en el uso más sensorial de la metáfora.

De alguna manera, este largo poema que mezcla géneros (como el narrativo o, incluso, el teatral; según la «narratología lírica» de Marquines) en los seis libros que componen (como los otros tantos de una de sus líneas referenciales, Max Rojas), en verso y en prosa, se vincula con el Premio Aguascalientes 2012, Acapulco Golden. La droga o la bebida recorren parte de la obra de este poeta que vive en Acapulco desde 1999. La decadencia, la ruina, hace evidente la historia de un Estado cuarenta años después.
Como señalan Alicia García Bergua y Balam Rodrigo en la presentación con la que cerramos esta nota, Tequila a Gogó, Premio Regional Centroamericano de Poesía Rodulfo Figueroa 2016 (con un jurado formado por Laura Solórzano, Jorge Sauza y  Carmen Villoro), recuerda a la discoteca homónima, la más grande de Latinoamérica, con el primer DJ, ligada a la desaparición de miles de personas durante la Guerra sucia. De ello se da cuenta en la nota introductoria (11) de manera explícita y, ya de forma más implícita, en la suma de textos que compone esta referencia, sin duda, para la poesía documental en México.
            El niño Lucio Cabañas cuenta el relato como lírica testimonial guerrerense, según Rodrigo, con archivos y testimonios directos fundamentales para el acontecer de la tradición centroamericana. Según la redacción de Bajo Palabra, los personajes de este libro «deambulan en la afrenta y el cansancio acumulado. Son voces que provienen desde el pasado, pero al mismo tiempo anticipan el futuro más próximo y parece que, por la repetición, hablaran ya sin entusiasmo a una pared sorda que desiste de prestar oídos a algo que parece no inmiscuirle».
            Continuando la línea que representa el propio poeta en la contracubierta de Tequila a Gogó, su poética bebe de la realidad. Ya lo reconocía en esta entrevista de Cuarto Poder: «No le veo nada extraordinario ni grandioso al poeta, simplemente es un ser humano que tiene esa habilidad de poder desautomatizar la realidad y poder hacerla de otra manera, de familiarizarla, porque regularmente pasamos el día como estúpidos, siempre automatizados por los medios, por la propia cotidianidad».
            La coloquialidad de buena parte del libro cabe, sin que sean forzados, en endecasílabos continuos como los del tercer verso: «el cambio de color de algunas nubes, las gotas de sudor en una herida» (15); con acento heroico en segunda, sexta, octava y décima sílabas. Se describe así el paso del tiempo de un espacio que representa un país y hasta un presente, como se decía con anterioridad. Uno de los símbolos, seguido por Isabel Zapata o Elisa Díaz Castelo, es el de esa piscina vacía y abandonada que todavía acoge a la naturaleza salvajemente inerte: «al abandono de las albercas donde siguen saliendo plumas a los / pelícanos muertos» (15; 65).
            Si nos detenemos en cada una de estas aristas, hallaremos la hondura y el significado de un texto tras el paso de los años. En cursiva, como diálogo, entre comillas y corchetes se mezcla con la armonía trágica el tema de la muerte. Insectos como el escarabajo, en este sentido, recorren el paisaje decadente; por el que también transitan y cargan hormigas sanguinolentas (27, 45).
            La metáfora se articula en primera persona sin necesidad de recurrir tanto al adjetivo: «Yo con la edad metida en los bolsillos, como un hilo de agua en el aire seco, con mis ojos igual a una corteza con sueño, preguntando si es así como se muere» (31). Ese tono infantil del que habla Balam Rodrigo equilibra con ternura lo que podríamos sentir como un escenario aséptico. Vence al olvido, pues, con numerosos recursos hasta concluir, como toda historia contada, en este caso desde la poesía, con un cierre o final que no deja pasar de largo el famoso hotel Boca Chica (73, que mencionábamos en Las noches son así (2018) de la ya citada Zapata). Estas son las últimas líneas de Tequila a Gogó:

–¿Usted camina o flota?
Voy a tenderme en este escalón a engañarme con los ruidos de lluvia que hacen los escarabajos en los zapatos malpenados de mi padre, acordándome que no pudo calzárselos para la tumba o para dar puntapiés a una fruta podrida, en la época en que tlaca, tlaca, tlaca, con la maquinita, escribiendo quince o veinte cartas al gobierno, documentando el murmullo de esos granos que caen de los árboles.
–¿Qué ha sido?
–No ha sido nada, madre, ya casi termino.
–“Vente a matar pájaros con nosotros, Lucio”.
–No, ya no, nunca.
Nadie nos escucha, sólo nosotros (76).

¿Por qué estas experiencias pioneras para Latinoamérica y el desenfreno son símbolo ahora de la violencia que se deja? Pese a todo lo que rodea a Marquines, es innegable la poética que pueden leer en Apuntes de un viejo lepero o La Otra.



En la presentación, como en el libro de Marquines, su autor no está presente, pues se habla de lo que ya no.


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