domingo, 29 de noviembre de 2020

Morder el cebo

 

Morder el cebo (Abulia Ediciones, 2020) es un libro que Mariana Balderrama (¿Ciudad Juárez, 1996?) publica recientemente para dar muestra del ritmo de un poema que se entrecorta ágilmente y contrapone los sentidos con las también cálidas y prístinas ilustraciones de Teresa López.




            Un paso de cebra sitúa la escena del sujeto poético que, en primera persona, cual peatón, discurre por la lectura vertical del PDF. Los paréntesis dan la seguridad del morfema derivativo prefijo para verbos que flexionan el tiempo en escasos signos de puntuación. El ritmo se vale de versos breves sangrados. Serpentean:

 

[...]

me (en)vuelvo a sentir

 

vulnerable

 

nauseabunda

 

eso del espejo

 

tanta luz que

 

consume una tela

 

gruesa de piel

[...] (7)

 

A modo de preposición no sitúa en más lugar que en el ensimismamiento de una sintaxis que no acaba de quebrarse pero que, efectivamente, se antoja frágil, vulnerable. En esa misma página, los términos se solapan por «cerquita’nta / tensión». Estoy de acuerdo con el también poeta y juarense Juan Manuel Portillo en una publicación que compartió en Facebook y que me hizo llegar a la particular poética de Balderrama: «Mariana tiene un ritmo y una dicción muy particulares, cercanos al habla pero sin coloquialismo».

            Diferentes voces articulan el texto. Fluye este sorprendentemente pese a la variación de registros, diálogos que estructuran las preguntas retóricas. Se cuestiona así la estética a la hora de leer un libro de poesía; las conversaciones; las cuestiones filosóficas de lo aparentemente banal que tanta presencia tiene en nuestros días. Pienso por ello que el anzuelo está bien tirado. En la cotidianeidad existe, todavía para la lírica, un cúmulo de historias a favor de la comunicabilidad y al mismo tiempo el enigma, el reto, del género que nos ocupa. Capturo una de las páginas (la 15):

 

 


 

            Y es que el río, el lenguaje, se repite en asonancias «del dato del / otro rato». Prueba así la estereotipia de la poesía mexicana contemporánea que estudia Alejandro Higashi recientemente. Tal impresión se logra en la lectura digital con el gato de Teresa López. El contraste del negro felino con la blancura de la página articula un movimiento del mismo: de la ilustración de la mano de los versos. Creo por ello que las palabras no ocupan un lugar azaroso en la edición, sino que responden al deseo directo de su autora por la personificación, el habla que mencionaba Portillo, en sus diferentes niveles de la enunciación.

            Son estas apenas unas notas que tratan de registrar una obra sugerente, a la que espero volver con atención tras lo que hace la joven integrante de la Universidad Iberoamericana. Su uso de la tipografía, de las cursivas, de los diferentes –escasos, mas precisos– signos de puntuación conviven de manera natural, sin postizos ni ademanes forzados, en la fluidez, efectiva, de ese río que es el lenguaje en el solipsismo de un habla que reverbera entre la lectura ecocrítica de abejas que son avispas, entre demás bestiario, y una puntual reflexión sobre el lenguaje lírico desde la misma variación del mismo.

            Conviene seguir a Mariana Balderrama para tirar de esa cuerda que supone un poemario ajeno a intereses que empañan la literatura, con el único propósito de compartir una obra que dialoga con referencias como Sara Uribe, Eva Castañeda o Yolanda Segura por el uso de la sintaxis, el quiebre, la intrascendencia de la vida.

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