domingo, 28 de marzo de 2021

Cenizas mi deseo

 

Iván Vázquez Rodríguez (Puebla, 1985) publicó en Cenizas mi deseo (Buenos Aires Poetry, 2020) una serie de poemas en torno al lenguaje, el yo lírico y la implícita presencia paciana que tiene y estudia desde la poesía mexicana contemporánea.



            En la colección Pippa Passes que dirige Juan Arabia la obra se divide en tres secciones: «Eros», «Thánatos» y «Ergo». A la manera de un silogismo, pues, confluyen las pulsiones de la vida y la muerte. Dicha concepción freudiana introduce el libro, destacando del neurólogo austriaco la relación que, como psique, se estudia por ejemplo en Ciencia ergo-sum.

            Como la poética de Vázquez, el deseo y la negación ofrecen los restos (más esencia que residuo) de una red de referencias míticas: están presentes sin ser posible su delimitación o concreción; Aristófanes o Woody Allen, más allá de los epígrafes de estas páginas. Con maestría pero sin ambiciones ociosas ‒con la cordura que cabe en el texto (vida de lo leído, muerte de lo escrito; a la vez)‒ el sujeto poético en primera persona se distancia del objeto para dirigirse a lo abstracto: divinidad a la que se alude en cursiva («invisible como la noche/ impalpable como el viento», 11) desde el dios dual de la creación, Ometéotl, según Miguel León-Portilla. Aparecerá en el «Poema espejo» (25) de Vázquez:

 

 


 

            El recurso del calambur integra las dos caras que enfrenta históricamente el amor: la vida y la muerte. Dicha figura se repetirá más adelante para plasmar el tránsito entre el término escrito, real, y la articulación, oral, que se desea.

            El dominio del verso en cinco, siete, ocho y diez sílabas, principalmente, hace que entre los poemas breves con título corra el ritmo de lo que sea crea para dar finalmente paso a las preguntas que parten de un personaje como Amilamia. A dicha protagonista se refiere en epigramas eróticos. Es un canto a la vida en todas las dimensiones, asociaciones intertextuales que abrasan el oxímoron del título.

            Cabe destacar asimismo la dicotomía cernudiana, revisitada por otras referencias coetáneas como Hernán Bravo Varela en Realidad & Deseo Producciones (2012). Asimismo, a raíz de los huesos, armazón y rastro, existe una continuidad en el simbolismo que vimos con Rosario Loperena en Historia de los huesos de un caballo (2016) o Jorge Humberto Chávez en Un rosario de huesos (2020).

            El mérito de Vázquez resulta al acercar la vertiente mítica de la poesía (no solo en español) a la coloquialidad. Apuesta con ingenio y hasta humor en los juegos semánticos de un poema que plantea múltiples niveles de lectura: pongamos por caso el dios Pan y la metáfora que en su masa homónima despierta a los sentidos el sexo de otro cuerpo.

            El diálogo que apenas esbozamos en estas líneas fluye en un poema clave como es «Alta traición», de José Emilio Pacheco. Ahora, en Cenizas mi deseo dice así el texto que lleva el mismo título que el de Pacheco:

 

Bien hiciste, Amilamia,

en convertir tus curvas en un imperio,

pero ten cuidado.

Cuántos osados guerreros

darían su vida

no por defenderlas,

sino por enterrar

su enhiesta espada

en tu reino (21).

 

Vázquez crea un personaje que demuestra la influencia que también ejerce Pacheco, como lo estudia Ignacio Ruiz-Pérez en América sin Nombre. Mantiene la estructura del poema que fue erosionando su existencia. La brevedad permite constelar las tres series que se articulan en un ejercicio sugerente, del que esperamos una continuidad en futuras manifestaciones líricas y críticas.

Los motivos señalados se imbrican, especialmente, en el poema «Rompeolas», dedicado a la también poeta Grace Licea. El impacto de la pasión da como resultado el lenguaje: hipérbaton de la realidad como Cenizas mi deseo.

El riesgo de seguir escribiendo poesía erótica lo resuelve airoso el poeta poblano al hacer converger la lengua en todos sus sentidos. Así dice el poema «Mi lengua»:

 

Marina, la que yo siempre conmigo he traído.

Hernán Cortés

 

¿Quién eres?

Amilamia, Helena, Laura, Marina.

Qué importa tu nombre

cuando todas las palabras

invariablemente

nacieron de tu boca (31).

 

Se trata este de uno de los escasos casos en que quien es acompañado por Malintzin aparece de manera explícita en el género literario que nos ocupa. Cruzan la vida y la muerte con motivo del amor, a la manera de Elisa Díaz Castelo en El reino de lo no lineal.

Entre lecturas, emociones y anhelos en la escritura contemporánea convive el texting (44-46). La ruptura amorosa como tópico va de la mano del «memento mori». El recuerdo del pasado proyecta un futuro en el que se alteran los tiempos, de nuevo, con el deseo como hilo conductor. Uno de los aforismos que lo acaba de armar es el III (59):

 

Todo está desordenado

 

A veces irse

es quedarse

en ti.

 

Por último, la concepción heideggeriana del ser vuelve en forma de cábala, epifanía (véase el estudio sobre la revelación epifánica desde la tradición de la ruptura que establece Higashi), serps, naufragio, correspondencia, otredad y comunión. ¿Y ahora qué? Qué hacer tras el deshecho desecho parece ser pregunta que se lanza, aún, a flote.

            Cenizas mi deseo (no necesariamente en ese orden) va del oscuro y jugoso sexo del Francisco Hernández, que también está presente en estas páginas, hasta el omnipresente Octavio Paz, del que me habló Iván Vázquez hace algo más de un año en la Universidad de Alicante, mientras hacía su estancia de investigación doctoral con la profesora Carmen Alemany.

He aquí un ejemplo del texto que en su precisión decanta la pureza de una tradición sin solipsismos. Ópera prima que destila un saber clásico. El miércoles lo presenta en el canal de la editorial argentina.




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