domingo, 11 de abril de 2021

Indóciles

 

Indóciles (Universidad Autónoma del Estado de México, 2020) es un poemario de Maira Colín (Ciudad de México, 1978) sobre la esquizofrenia que es posible trazar desde la tradición literaria que tan bien conoce la autora hasta el el contexto crítico que vivimos y que conocemos quienes la leemos.




            Mereció Mención Honorífica en el 14º Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen Estrada con un jurado que integraron Silvia Pratt, Eva Castañeda y Odette Alonso; quienes, según la Presentación del libro, reconocen que la autora «poetiza la vida disruptiva de otros escritores, como Oscar Wilde, Blanca Varela y Anne Sexton, en torno a los cuales su voz lírica desborda empatía y compasión» (9).

            Otras referencias como Federico García Lorca o Jaime Gil de Biedma integran la serie de poetas indóciles, podemos pensar: difíciles de domeñar con la palabra, pese al nutritivo ejercicio que supone homenajear a tales figuras con la poética como hilo conductor. En la tercera parte, en «Notas», se explicita el uso que se hace de las posibles influencias literarias de Colín. Antes, en dos partes (la que da título al libro, «Indóciles»; y «El silencio de los hospitales», sobre la atmósfera quirúrgica y enfermiza de la que también extraía una estética Margarita Paz Paredes en la reciente reedición de Malpaís) se organizan los poemas breves y con título que pasamos brevemente a comentar desde aquellos nexos que dialogan con la poesía mexicana contemporánea.

            Carmen Villoro, en el prólogo, ubica a Maira Colín en una veta próxima a la epifanía del poema que logran Coral Bracho o Luis Vicente de Aguinaga. Según Villoro: «Con una poesía honda y mesurada, la autora de este libro interna al lector en los túneles por donde cruza el silencio como una ráfaga de luz herida» (11). Estas últimas palabras que recuerdan al poemario que Pilar Blanco publicó en 2004 abren el destello incontrolable de quien escribe a la vez que lee y ve.

            Los epígrafes iniciales de Michel Foucault y Julia de Burgos presentan el tema de la locura con el que se emparenta Indóciles, a la manera de Leopoldo María Panero o Francisco Hernández y Esther M. García. Y esta idea se concreta desde el primer poema, «Donde mueren las olas», cuyo cierre forma la definición del término mencionado: «La locura es un cúmulo / de blanquísimas piedras / que llenan el cuerpo / hasta ahogarlo» (19-20).

            El agua como elemento natural simboliza el límite que alcanza la mente al chocar con el exterior, la realidad. El cuerpo que se describe en buena parte de los poemas, desde una tercera persona, guarda entonces el ave que simboliza como animal el vuelo irrefrenable e impedido.

            En dicha línea, enmudecida y anegada, fluye la segunda parte, con acápite esta vez de Clarice Lispector en torno a ese tema común de la lírica que es, paradójicamente, el silencio. Las voces y las palabras, indóciles, resuena en las cabezas y se tensa en los hospitales tras el diagnóstico.

            En esta sección las imágenes no requieren información complementaria en notas al final. Los personajes ahora son anónimos (mas, referidos en primera persona; familiares, por tanto) y, por ello, cercanos; próximos a la identificación que siente quien lee y no deja de escuchar, tampoco, esas voces desdomesticadas.

            La oración copulativa, la esticomitia, el adjetivo explicativo, incluso el aforismo, conforman las estancias que ya dejan de tener luz para abrirse a la parte interna del cuerpo, si parafraseamos a Yolanda Segura; con quien guarda el interés por objetivar las aristas del ser humano desde la lírica.

            Dónde se halla frontera entre la cordura y la locura, cuándo la salud mental empieza a perjudicar al resto y, por tanto, a considerarse un mal desatendido que requiere vigilancia, docilidad, confianza: son algunas de las preguntas que delimitan también el concepto de οἰκο que trabajamos con Alaíde Foppa.

            El habla, aséptica, se vale de versos de siete, diez u once sílabas, como este que cierra el poema «Una casa hacia adentro»: «pero ya nadie sabe nunca nada» (49). La oración adversativa se completa con un adverbio de tiempo y un verbo sapiencial rodeado de negaciones que no hacen sino afirmar las dimensiones o estancias del espacio que nos habita.

            Y, al final, los personajes que configuran Indóciles dan como resultado un hilo narrativo al que contagia el confinamiento tras la reciente pandemia (uno de los textos que ya inaugura el tema por el que se convocan muestras poéticas y estudios críticos). Cerremos con el texto titulado «Hacia el futuro»:

 

Los únicos que esperan

la primavera son los niños.

 

Se recargan al filo de la ventana

con sus chamarras

y sus guantes tejidos.

Se preguntan:

cuándo los árboles

dejarán de estar desnudos.

 

Mi hijo ya no suele

ver hacia la calle

ni hacer muchas preguntas.

Le ha encontrado

gusto al encierro.

 

Las ligeras sábanas

caen sobre su cuerpo.

Pétalos marchitos

que ofrecen lenta caricia.

 

A sus brazos

les nacieron ramas.

Circuitos por los que corre

la luz de la noche.

Raíces por las que se le fuga la infancia (55-56).

 

El niño que desea no salir de casa, cuyas raíces terminan siendo soga en la que se ahoga la locura o alas que envuelven el corazón, puede entenderse como el lector o la lectora que, como don Quijote, pierde la cabeza al leer.

            El conocimiento que demuestra la doctoranda de la Universidad Iberoamericana queda demostrado en las sólidas influencias de Indóciles y en el jurado que así lo reconoce. Leámosla en el repositorio de la UAEM o en recopilaciones como la de Nueva York Poetry Review.

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