domingo, 29 de julio de 2018

Vasija


Añoro la tibieza
antes de haber nacido
no sin dolor me separé de la oscuridad
no sé cuál fue
la ensoñación que me dio forma
ni sé lo que seré
cuando deje esta piel vacía
Diana del Ángel (2012: 44)


Vasija (Instituto Cultural de Morelos, 2012) es el poemario con el que Diana del Ángel (Ciudad de México, 1982) construye y rompe lo que podríamos entender como su poética: describe la gestación de una obra (una mariposa o un recipiente de barro) para descomponer sus partes, desplegarlas en la tierra y formar una crisálida que no sea ni esdrújula ni dorada.

            Tenía muchas ganas de dar con el que parece ser el inicio poético (al menos publicado) de quien estuvo hace un par de semanas en Salamanca, en el 56º Congreso Internacional de Americanistas. Allí habló de Rosario Castellanos y su distancia con Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou. La «vinculación» de la mexicana con las uruguayas recuerda a la que tiene la poeta que se alimenta de su envoltorio, su contexto, para crecer y regresar a la tierra, al agua, al fuego y al aire que dan vida. Como explica Alfonso D´Aquino, a quien Diana del Ángel le dedica este libro, Vasija se publicó por primera vez en 2007, en Hojas Sueltas; y lo hizo gracias al Taller de Poesía y Silencio que él mismo coordina y donde ella trabaja desde 2002. El hecho de que se vuelva a poner en circulación o de que se vuelva a leer permite una interpretación más de lo que entendemos por el cuerpo, lo femenino y la memoria.
            Nayeli García Sánchez hizo una completa lectura de este poemario en el Reseñario de Poesía de La Estantería, comentando cada parte de @espejodetierra. Laura, de Palabras ajenas, también comparte su recomendación, en su caso, a través de un intercambio con Abrilío. Además, encontramos fragmentos de la obra de Diana del Ángel en Círculo de Poesía o Este País, por lo que simplemente me propongo a continuación destacar algunos aspectos que la distinguen como poeta y la ponen a dialogar con demás referencias de la poesía mexicana contemporánea.
            Creo en la necesidad de leerla por cuatro motivos: por reflejar las diversas voces creativas que contrastan con los blancos del silencio (véase cada «Espejo»); por proponer, algunas veces desde la prosa, escenas limpias y tersas de los despojos vitales, es decir, por describir con entomóloga orfebrería los pasos y la sintaxis que unen a cada ser vivo en la frontera con lo inerte (ahí está su «Bitácora»); por la conciencia del estado previo, del pasado («Ala»); y por la sonoridad de estrofas y metros que escasas veces alguien (como Eduardo Langagne o Fernando Fernández) se atreve a componer («Canción»), esta vez, conjugando lo prehispánico en octosílabos. Entre hormigas (49) y grillos (59) los retazos de la segunda parte, la que da título a Vasija, lejos de oscurecer un discurso sostenido por la precisión biológica, demuestran la coherencia y la honestidad que otorgan las pausas, las distintas rutas y las aparentemente (s)obras de la poesía.
            Si Octavio Paz volviera a prologar Poesía en movimiento y tuviera que reconfigurar la naturaleza alegórica de la lírica de su país, la autora de Vasija sería el fuego, el calor, la llama y la luz que no apagan Rubén Bonifaz Nuño, Rosario Castellanos, Francisco Hernández o Coral Bracho.
Ya vimos la claridad del lenguaje que requiere la violencia en Procesos de la noche (2017) y esperamos los próximos trabajos de una poeta que por la continuidad de la ruptura no está tan lejos de la mejor tradición literaria.

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