domingo, 15 de julio de 2018

Comunidad terapéutica


sangramos para dar señales de vida
Iveth Luna Flores (2017: 74)

Comunidad terapéutica (FETA, 2017) es el poemario con el que Iveth Luna Flores (Monterrey, 1988) verbaliza el dolor ante los feminicidios, la violencia, el cómputo. Recibió el Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal 2016.

            Para Elías David, en Suburbano, «Iveth Luna Flores es sin duda una poeta que se entiende, entiende su lenguaje en medio del caos y la locura a la que éste a veces nos arrastra». Escribir sobre el trastorno mental requiere básicamente comprensión. El trastorno de quien agrede o asesina es también el que deja a la víctima (si se recupera) y a sus seres cercanos. Visibilizar tamaño problema es la manera de hacer comunidad y terapia. Alguien con un conflicto de este tipo puede creer que «siendo un animal entre cazadores / no me queda otra que huir» (D. L.).
            Las cuatro partes («Sala de agudos», «Comunidad terapéutica», «Terapia individual» y «Alta médica») estructuran la historia que va incidiendo en abstracción del problema. Pese a avanzar en la recuperación, sus personajes (y cualquier persona que lo lea) requieren ayuda, expresión y comprensión colectivas. Ese parece ser uno de los pilares del feminismo. Cada vez se enriquece mejor la lírica con la convivencia de la narrativa, la crónica, el ensayo o el teatro; sin embargo, el inicio de un libro solo resulta memorable o digno de recordarse cuando arranca en una novela. En contra de este cliché, es chocante y atrayente el inicio: «Poema a 1.5 interlineado», donde lo banal y lo trascendente se sincronizan con el arte y la tragedia. Las dos voces se entretejen también en «Un gorrión completamente jodido», presente en la revista Levadura.
            Más allá de la descripción sin tapujos de la intrahistoria que define la compleja dimensión cívica, la técnica fragmentaria permite evidenciar la cruda realidad sin figuras retóricas: «Hay imágenes / que no merecen ser / traducidas a metáforas» (39). A la vez que se denuncia el crimen, se reflexiona sobre el contenido, la forma y la urgencia o utilidad de la poesía. Lo coloquial incentiva un escenario paliativo por rechazo no exento de sarcasmo: «todos dicen que la libertad / es una cadena de comida rápida» (54). Huir de la metáfora nos hace volver a ella para recordar la fuerza del lenguaje y el poder de la enfermedad: «un conjunto de características / que sólo servirían / para que este libro / se escribiera por completo» (91).
            El jurado de este premio estuvo formado por Rocío Cerón, Josué Ramírez y Efraín Velasco. Dichos poetas reconocieron que «su unidad temática y su lucidez de construcción del verso logra crear atmósfera en la que su personaje nos transmite una experiencia que revela una condición humana de violencia con base en un sustrato literario que fortalece su sentido e intención», según se señala en El Universal de Querétaro. El sustrato literario lo encontramos en Alejandra Pizarnik o Angélica Freitas, referentes para poetas actuales que se enfrentan al dolor, pensamos en Vicente Quirarte (hasta La miel de los felices), Xhevdet Bajraj, Alejandro Tarrab o Clyo Mendoza: «El tiro de gracia en el pecho de un poema» (65).
            Como Esther M. García (distinguida con este mismo premio por una temática cercana en 2014), Iveth Luna Flores tomó talleres de creación en Saltillo, Coahuila. Se formó con Óscar David López o con Julián Herbert, quien parece que le dio forma a su poemario. De ello habla Marcos Daniel Aguilar, en Crónica, donde entrevista a la poeta: «Yo leí mucha poesía mexicana contemporánea y noté en ella un rechazo hacia esta onda naturalista, entonces me preguntaba ¿por qué estos poetas hablan solo de la primavera?». La violencia ejercida en el ámbito familiar, en las calles y en las redes sociales le hizo narrar desde la poesía el horror que, como vimos con Diana del Ángel y Procesos de la noche, no requiere más retórica que la misma escritura del dolor. El feminismo que estudiamos con Dolores Dorantes resulta ya una urgencia que también reclama Esther M. García en «Sobrevivir a un intento de feminicidio». A la chihuahuense radicada en Coahuila le rechazaron este trabajo por «el lenguaje violento». A la regiomontana la reconocieron por Comunidad terapéutica porque el lenguaje violento no está en la poesía, está en la sociedad; y hacer un libro con él sin desatender la estética y sin caer en el dramatismo, como veíamos con Daniela Sol o Camila Krauss En las púas de un teclado, es algo que debemos entender y difundir. 


Recientemente, Yolanda Segura publicó en El periódico de las Señoras un artículo que profundiza en el sujeto poético de Iveth Luna Flores y Anaclara Muro, «Decir yo para decir nosotras: sobre Comunidad terapéutica y No ser la power ranger rosa».

No hay comentarios.:

Publicar un comentario