domingo, 30 de enero de 2022

Manuel Romero: siete poemas y algunas cuestiones

 

Manuel Romero (Tijuana, Baja California, 1964) acaba de publicar, después de mucho tiempo, unos inéditos en el reciente número, el 53, de la revista Arquetipos. A propósito de tales poemas, gracias a la cálida conversación que ofrece el autor y con el deseo de conocer su voz singular, hablamos de uno de los temas que incardina su obra: la frontera.

 

 


 

            La entrega, del Instituto Educativo del Noroeste, con el poeta Jorge Ortega en la Coordinación editorial, concluye la última parte de ensayos vinculados en buena medida a la pandemia con siete poemas del tijuanense. Si hace un par de años hablamos de él a propósito de Todo esto se dirá, ahora nos fijamos en la importancia que tiene la poesía mexicana en una publicación periódica alejada del centro.

            Los siente poemas («Blues: a la sombra», «Redención de Felipe Valle», «Tablilla cívica II», «Consejo y pasmo», «Aviso», «Preguntas de un escéptico» y «El viaje») tienen en común el desasosiego aprehendido en un contexto donde la lírica puede oxigenar tópicos que desde lejos se suele condenar. Sin más interés que el de expresar una idea en un género literario que trata con cuidado mas atrevimiento, Romero resulta certero en la brevedad de los espacios habitados.

            En el primero de ellos, un personaje que coincide con el nombre del autor se divide entre el apoyo y el olvido. Entre tales afrentas se da la separación con la que cierran los dieciséis versos, octosílabos, salvo el último, como el primero, de once debido al vocativo agudo: «el grueso alambre de púas / que me separa del mar, Señor Juez» (68).

            Quien dicta sentencia es la muerte. Por ella Felipe Valle focaliza la elegía que continúa con los espacios naturales puros y tiernos a pesar de la violencia. Se apuesta, como vemos con Quirarte, en una promoción cercana a la suya, por la defensa del hábito público compartido. Desde la intimidad, pese a ser breve, o quizá por ello, resuena «Tablilla cívica II» (70):

 

Yo siento

en torno

mío

una nación

punible

y arrasable

oscura

mente

prometiendo

un día

mayores

miserias

 

Mediante la enunciación en primera persona se confiesa el sujeto en medio, pese a la orilla, de un desánimo generalizado. La nación, desde el concepto de patria abordado por Higashi, halla refugio en un ser que expresa la pesadumbre que nos une, a la manera de la emoción estudiada por de Aguinaga: ejemplos prolíficos de la poesía mexicana con los que coincide Romero.

            En cuarto lugar, ante el dolor que manifiesta el individuo, un grupo de amigos entra en escena para sangrar ahora el adverbio en mente que se fragmentaba con anterioridad. El cierre de los siete textos aquí reunidos detona la atmósfera construida sin estridencias, con un murmullo que nos suena familiar:

 

No sucede

                               simplemente

que morimos (71).

 

Asimismo, aunque los poemas no tengan relación, sino que funcionan independientes, la lectura en Arquetipos establece una ruta, una poética que actualiza el interés que despuntaba en su primer y, hasta la fecha, único libro. El espacio natural postizo de las ciudades que crecen involuntariamente y en el peor sentido resulta un jardín: fin partidista que antecede a los interrogantes en los que vuelve a situarse el mar como símbolo del oxígeno que supera el paso del tiempo.

            Por último, la prosa rescata el tono onírico, apocalíptico, con que se narra una escena de claroscuros al alba. En ese momento, al despertar también el día, se acaban de dar la mano referencias implícitas que conforman la producción de Manuel Romero. Al desarrollarlas, por ahora, en estos poemas compartidos, continúa de otro modo la estética de lo incierto; es decir, alimenta la desazón con literatura.

 

 


 

 

Ignacio Ballester (I. B.): ¿De qué manera tu obra defiende la habitabilidad en un mundo tan complejo y, a veces, incómodo como el que vivimos?

 

Manuel Romero (M. R.): Comencé a escribir poemas con una idea más clara del enorme desafío que esto representa cuando ingresé en el Taller de Poesía de la UABC a mediados de los años ochenta.  No he dejado de escribir poemas desde entonces, pero mi participación en el “ambiente literario” ha sido decididamente marginal desde hace décadas: soy el autor de un solo libro de poemas y apenas conozco a uno que otro poeta de mi ciudad. He podido ejercer mi escritura en un contexto personal que se enriquece de forma constante con la frecuentación de algunos materiales artísticos (música, cine, novela) que me ha sido dado compartir con unas cuantas personas entrañables en mi pequeño círculo de afectos, una modesta parcela verde (para citar a Yeats) habitable, respirable, aunque sólo sea por momentos.

 

I. B.: ¿Qué supone publicar estos inéditos en Arquetipos? ¿Qué papel juegan actualmente las revistas en la lírica del país con más hispanohablantes?

 

M. R.: Como no tengo ninguna relación con el medio literario de mi localidad (creo que con esta palabra es posible echar por tierra cualquier afán de trascendencia de mi parte y la de algunos “colegas” mucho más despistados que yo) ni de ningún otro lado, la publicación de un texto mío en alguna revista será siempre un verdadero motivo de satisfacción personal. La aparición  de esos siete poemas en  Arquetipos presupone la existencia de más material poético (todos ellos fueron tomados de un manuscrito que le confié al editor, el poeta Jorge Ortega) y una verdadera anomalía con respecto al ritmo natural de publicaciones de cualquier poeta menor que se respete y se sepa “promover”. Con esto quiero decir que existe un desfase como de quince años entre aquellos poemas que he podido publicar tan solo en dos ocasiones durante casi una década (2012, 2021) y aquellos que he logrado reunir desde entonces (me desentendí de mi poema más reciente allá por septiembre del 2020).  Las revistas literarias son unos de los grandes medios con que cuentan los autores para dar a conocer su obra. La inclusión de mis poemas en Arquetipos me ha permitido sentirme una vez más — ¿por qué no decirlo? —  parte del Coro.

 

I. B.: Libros de Jorge Humberto Chávez y Balam Rodrigo han tratado la problemática de la frontera norte y sur, respectivamente. ¿Cómo aparece en tu obra?

 

M. R.: La problemática en la que vivimos inmersos los mexicanos es sencillamente inefable, se nos murió el vocabulario, no hay palabras que la describan. La violencia está presente en casi todo lo que hacemos, desarticula las buenas acciones y les da un nuevo empuje a las malas. Si actuamos de una manera agresiva estaremos siendo coherentes con el clima de violencia e impunidad imperante; si queremos comportarnos de una manera más civilizada (aunque las oportunidades de hacerlo sean mínimas) pecaremos de ingenuos. Me he referido a esta triste normalidad en algunos cuantos poemitas (pido perdón por citar mis cosas): Tablilla Cívica (I, II y III), Canción de Septiembre, Grafitti de Semana Santa, Urna Lírica: Ezra Pound en Reynosa y en algunas líneas  más bien malhumoradas de otros tantos escritos.

 

I. B.: Todo esto se dirá vio la luz en 2008. ¿Qué se conserva y qué ha cambiado desde entonces en el poeta Manuel Romero?

 

M. R.: La reescritura de un conjunto de textos a medio camino entre lo narrativo y una serie de estampas  con un tono francamente paródico es lo que me mantiene ocupado hasta este momento. Se trata de un material que fue publicado por primera vez a principios de los años noventa en algunos suplementos y diarios de nuestra entidad y que nunca me había atrevido a ordenar ni siquiera como un manuscrito mínimamente presentable. No fue sino hasta hace poco más de un año que me atreví a tomar a este pequeñísimo toro por los cuernos y empezar a trabajarlo.

Lo que conservo desde aquel 2008 es el deseo de seguir escribiendo algunas cosas más. Lo que ha cambiado desde hace más de un año ha sido mi relación con el acto mismo de escribir por culpa de esos textos “recientes” que ya he mencionado. Es la primera vez que lo hago siguiendo cierto método, cumpliendo con un horario mínimo pero constante y rechazando cualquier consideración humorística o temperamental que me impida completar un párrafo o una cuartilla dentro del plazo previsto. Un poema lírico, a pesar de todas las dificultades a las que nos enfrenta, es una unidad mucho más controlable por lo que puede tener de esporádico, breve o personal. Un libro de “prosas” impone otra dinámica, es necesario oscurecer cada página y esto es algo muy difícil de lograr con unos cuantos espasmos ocasionales, creo.


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